Agradecer para muchos es un acto de cortesía casi automático. Das gracias cuando te dan un regalo, cuando te hacen un favor o cuando otros tienen un gesto de amabilidad. El resto del tiempo no parece que sea importante agradecer por algo. La gratitud, entonces, se ha reducido a unas circunstancias específicas, básicamente de corte social.
Incluso en esas situaciones puntuales en las que cabe agradecer, muchas veces la gratitud no se experimenta desde el fondo del corazón. Solo en los casos más extremos decimos ese “gracias” con total convicción. Y pasado un tiempo el sentimiento se desvanece.
Habrá quien piense que esto es lo adecuado. De eso se trata: decir “gracias” en el momento justo y, si es posible, devolver el favor, o la atención que nos han prodigado. ¿Para qué más? Aunque en el mundo actual eso sea cierto, actuando de esa manera en realidad estamos banalizando la gratitud. Olvidamos que esta es una fuerza extraordinaria, que contribuye a tener una mejor salud mental y que muchas veces desaprovechamos.
Agradecer es mucho más que decir “gracias”
La gratitud es un sentimiento alegre. Incluso si el agradecimiento se debe a algo que se ha recibido en un momento triste. En todos los casos, el agradecer nos remite a un hecho agradable que nos llena de satisfacción. De hecho, la palabra “gratitud” viene de “gracia”. Y lo “grato” se define como algo que nos causa bienestar o complacencia.
Se agradece a alguien cuando hay consciencia de que se recibe más de lo que se da. Por eso, inmediatamente surge el sentimiento de que se ha obtenido una ganancia. Así, espontáneamente surge la necesidad de agradecer por ese plus que se ha recibido.
La gratitud implica entonces no únicamente una fórmula de cortesía, sino una experiencia de satisfacción, de alegría y, por qué no, de felicidad. Quien está agradecido, está feliz. Y más feliz es quien es consciente de la gran cantidad de motivos que tiene para mostrarse agradecido.
¿Por qué a muchos les cuesta agradecer?
Hay muchas personas que sienten que no tienen nada que agradecerle a los demás. Enumeran detalladamente las ocasiones en las que necesitaron algo y no recibieron la ayuda esperada. O la infinita cantidad de situaciones en que dieron algo a los demás y no fueron correspondidos. Su balanza entre lo que dan y lo que reciben siempre se inclina en contra de la gratitud.
Probablemente opera una lógica en la que los demás siempre están en deuda. Se espera de los otros más de lo que pueden dar y por eso, obviamente, siempre se quedan cortos. Creen que “pudieron haber dado más”. Así que, ¿por qué agradecer?
Quienes piensan así suelen ser personas muy mimadas o cuyo ego ha sido exaltado desmedidamente. Cuando hay una alta dosis de narcisismo nunca será suficiente lo que den los otros, o lo que les proporcione la vida. Siempre van a sentir que se merecían más y, por supuesto, van a existir muchos más motivos para renegar que para agradecer.
La gratitud tiene poder
El agradecimiento es algo que se da al otro, a los otros, o a algo abstracto. Pertenece al mundo del dar, no del recibir. Pero como se anotaba antes, el solo hecho de estar en actitud de agradecer, implica un gusto, una satisfacción, una suerte de felicidad. También ennoblece el corazón.
De no ser por las acciones de otros probablemente ni siquiera estaríamos vivos. Si lo estamos es gracias a esa madre que nos gestó, que sufrió los dolores del parto para darnos a luz y que preservó nuestra vida cuando no podíamos hacerlo por nosotros mismos. No importa si ella misma no estaba lista para ser madre, o si pudo hacerlo mejor. El solo acto de la maternidad ya implica una ofrenda. También cuentan quienes ayudaron a que naciéramos, a que creciéramos, a que no muriéramos en esos vulnerables primeros años.
De ahí en adelante tenemos maestros que nos han instruido, compañeros de juegos, amigos que nos han escuchado, amores que han apostado por nosotros, gente que ha confiado en nuestro trabajo. Nuestro día a día es posible gracias a muchas personas, pero a veces no lo notamos. No somos capaces de ver su gran aporte. Más bien nos concentramos en lo que dejan de hacer.
Vivir agradecidos es vivir muy cerca de la felicidad. Más que una virtud o un valor, es una actitud frente a la vida. Solo se puede agradecer si se es humilde. Si se comprende que nadie nos debe nada, ni tiene la obligación de complacernos. Cuando entendemos eso, damos en firme un gran paso hacia adelante.
Fuente: un texto de Edith Sánchez publicado en el portal www.lamenteesmaravillosa.com
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