El cerebro de un optimista enfoca, procesa y entiende la realidad de manera diferente. Esa habilidad para ver rayos de luz donde otros solo aprecian muros y ventanas cerradas proviene de unas regiones cerebrales muy concretas entrenadas en apertura, flexibilidad, resiliencia y en esa peculiar habilidad para gestionar mejor el estrés cotidiano.
¿Es verdad entonces que el cerebro de una persona optimista difiere al de una persona pesimista? Bien, cabe decir que anatómicamente (y como es de esperar) no habrá diferencia alguna entre uno y otro. Todos los seres humanos contamos con unas mismas estructuras y regiones cerebrales. Ahora bien, la clave está en cómo se activan y se conectan todas esas regiones.
Nuestro cerebro es, al fin y al cabo, el reflejo de aquello que somos, de lo que hacemos, pensamos y de cómo afrontamos la vida. Se sabe, por ejemplo, que el estrés crónico y un nivel de cortisol elevado durante un largo período genera cambios en estructuras como el hipocampo, la amígdala o el sistema límbico. Nuestra memoria falla, nuestro nivel de atención decae y nuestra capacidad para tomar decisiones se ve limitada.
Este órgano sensacional que refleja sin duda el éxito de nuestra evolución como especie, sigue teniendo como vemos sus limitaciones. No siempre es tan efectivo como desearíamos; de hecho, se sabe que hay personas que genéticamente tienen mayor predisposición a los trastornos depresivos y de ansiedad. Otras en cambio reflejan actitudes más resilientes y resistentes al estrés debido a una sutil combinación entre la genética, la crianza y la educación, y la integración de herramientas personales de afrontamiento.
Con todo ello lo que queremos transmitir es algo muy simple: el cerebro presenta una plasticidad asombrosa, todos nosotros y dentro de nuestras posibilidades, podemos entrenarlo para desarrollar un enfoque más optimista.
El cerebro de un optimista ¿nace o se hace?
La mayoría de nosotros conocemos a ese tipo de personas: los optimistas incombustibles. Esas que parecen no ver dificultad alguna cuando tienen un problema y cuya actitud positiva no decae ni en los peores momentos; esas que además tienen la poderosa habilidad de transmitirnos su entusiasmo. ¿Cómo lo hacen? ¿Llegaron al mundo con el optimismo ya instalado de fábrica en su cerebro? ¿O son quizá el resultado de años de coaching y psicología positiva?
Estudios, como el llevado a cabo en el King´s College de Londres, nos revelan algo interesante sobre esta misma cuestión. La actitud positiva viene determinada genéticamente en un 25%, es decir, heredamos de nuestros padres ese pequeño porcentaje. El resto, lo queramos o no depende de nosotros mismos, de nuestra actitud personal, de nuestro enfoque y determinación.
De hecho, especialistas en el tema como la doctora Leah Weiss, profesora en Stanford y experta en mindfulness en el trabajo, nos dice que hay, efectivamente, personas que son optimistas por naturaleza. Sin embargo, una buena parte de este perfil decide en un momento dado qué actitud tomar ante los problemas y qué mecanismos debe aplicar a partir de ese instante para generar un cambio.
¿Cómo es el cerebro de un optimista, qué lo hace diferente?
Antes de definir cómo es el cerebro de un optimista debemos entender algunos aspectos. En primer lugar, optimismo no es lo mismo que felicidad. De hecho, la actitud optimista recoge todas esas estrategias y habilidades que pueden mejorar nuestra calidad de vida. El optimismo englobaría, por así decirlo, a un conjunto de habilidades y sesgos que nos facilitarían la felicidad.
Asimismo, esa actitud positiva que refleja el cerebro de un optimista surge ante todo a partir de una habilidad: la de gestionar los factores estresantes del día a día. No estamos por tanto ante un tipo de perfil de personalidad que gira el rostro ante las dificultades y oscuridades de la vida. Al contrario, los ve, los acepta y los transforma en su beneficio.
Esa visión optimista les permite manejar mejor los sentimientos de tristeza. Son más resistentes ante los trastornos de ansiedad y depresión y disponen de habilidades más efectivas para construir vínculos fuertes y satisfactorios.
El cerebro de un optimista y el hemisferio izquierdo
El doctor Richard Davidson, director del Laboratorio de Neurociencia Afectiva de la Universidad de Wisconsin, realizó una serie de estudios para demostrar algo tan llamativo como revelador. El propio Daniel Goleman explica en uno de sus artículos estos resultados:
Cuando las personas están angustiadas, enfadadas, con una elevada ansiedad, rabia o frustración, las regiones que más se activan son la amígdala y la corteza prefrontal derecha. Sin embargo, aquellos perfiles que se caracterizan por estados emocionales más positivos, optimistas, entusiastas y con energía, muestran una actividad más intensa en la corteza prefrontal izquierda.
Esta investigación demuestra que las emociones positivas activan en mayor grado el hemisferio izquierdo; hay por tanto una lateralización. En este sentido, el propio doctor Davidson señala: «tras realizar numerosos estudios sobre el vínculo entre la actividad en los lóbulos frontales y las emociones, hemos descubierto que una buena parte de las personas somos optimistas. Aquellas con mayor tendencia a la infelicidad, la depresión o la elevada ansiedad presentan una mayor activación en el área derecha».
Para concluir, señalar solo un dato que el propio Daniel Goleman comenta en la mayoría de sus libros y artículos: todos podemos desarrollar una actitud más positiva, abierta y flexible. Se trataría solo de aprender a gestionar mejor el estrés, de manejar nuestras emociones para ponerlas a nuestro favor. Enfoquemos nuestra mirada y orientémosla siempre hacia el horizonte.
Fuente: un texto de Valeria Sabater para lamenteesmaravillosa.com
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