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El cerebro superviviente

Tras varios años de preparación, decides embarcarte en una expedición por la jungla del Amazonas. Pero, aunque has seguido las instrucciones al pie de la letra y no te has separado del grupo, te has quedado ensimismado durante un rato observando una planta carnívora y, cuando has vuelto a la realidad, tu grupo ha desaparecido.

Aunque el pánico del primer momento es inevitable, y no se te ocurre nada mejor que gritar, correr y dar vueltas alrededor del mismo sitio, es importante saber que no estás solo, cuentas con el mejor compañero de viaje que la naturaleza te ha podido proporcionar, tu cerebro, que ha pasado muchos años enfrentándose al reto de vivir en la naturaleza y, aunque esté algo atrofiado debido a la vida moderna en la ciudad, tiene muchos recursos para ayudarte a sobrevivir.

Pero lo primero es lo primero, y cuando te ves completamente perdido, lo que sientes es miedo. Y en eso es especialista una pequeña región del cerebro con forma de almendra conocida como amígdala, que es parte del sistema límbico, implicado en la respuesta emocional.

La amígdala es esencial para percibir y analizar las amenazas que se encuentran a nuestro alrededor, como muestra un estudio en el que participaron dos grupos. Uno de ellos formado por personas con la amígdala dañada y el otro, intacta. Les hicieron mirar unas láminas con distintas caras y decidir si eran rostros amenazantes o no. Los resultados mostraron que aquellos cuya amígdala no funcionaba correctamente percibían todas las caras como amenazantes, aunque la mitad de ellas no expresaba ninguna emoción. ¡Así de importante es esta pequeña estructura del cerebro! Sin ella, regular las emociones, la conducta y la respuesta a nuestro ambiente sería muy complicado.

Planificación

Cuando la amígdala ha dejado de ser el centro de atención, otras estructuras como la corteza prefrontal empiezan a cobrar importancia. Esta región, situada, como su nombre indica, en la parte frontal del cerebro, es muy importante para hacer planes, conseguir objetivos y resolver problemas. Justo lo que necesitas ahora, en la jungla, donde estás perdido y tu principal preocupación es encontrar comida (te acabas de zampar la última barrita energética que llevabas contigo) y un lugar de resguardo.

Es la corteza prefrontal la que te insta a buscar soluciones, como dejar lazos atados a los árboles para marcar tu camino, idear una forma de subir a un árbol para conseguir unas papayas o te obliga a recoger las mejores ramas por el camino, para quizá construir un fuerte. También te permite realizar predicciones basadas en patrones regulares (por ejemplo, que todos los frutos de color naranja que hay en los árboles son comestibles).

Un estudio publicado mostraba la activación de la corteza prefrontal al realizar tareas que implican resolver problemas, especialmente cuando son novedosos. La corteza prefrontal tiene diversas subregiones, cada una especializada en una tarea que en conjunto se conocen como funciones ejecutivas, es decir, aquellas dirigidas a una meta, como subirse a una piedra para observar el entorno. También controla el uso de la memoria de trabajo, que te permite retener varios elementos en la mente y manipularlos. Además, en otra investigación se ha visto que las lesiones en esta región impiden un razonamiento correcto.

Pero volvamos a la jungla. Tras decidir adentrarte un poco más entre los árboles, porque has oído el ruido de una cascada, te das cuenta de que ha sido un error y decides volver a ese sitio idóneo que has encontrado para descansar. Pero todos los árboles parecen iguales y, aunque has ido dejando señales para volver, has estado tan emocionado por llegar que se te ha olvidado atar el último lazo.

¿Y ahora qué? Aquí es donde entra en juego el hipocampo. Se trata de una estructura del cerebro con forma de caballito de mar, de ahí su nombre, que está relacionada, con la memoria espacial, entre otras. Navegar entre las calles, situarte en un sitio concreto, seguir una dirección o incluso interpretar mapas no sería posible sin esta región, que además es muy importante para otros tipos de memoria (como la episódica, que te permitirá contar tus aventuras a tus nietos una vez consigas regresar a casa). El hipocampo trabaja junto la corteza prefrontal, formando un gran equipo para ayudarte a hacer frente a los retos tanto en esta aventura, como en el día a día convencional.

Luchar o huir

Mientras buscas la manera de saciar tu hambre, oyes un ruido extraño, y cuando te das la vuelta, ves un animal que te mira fijamente. Cuando estamos estresados, es decir, cuando aparece un elemento aversivo que nos causa malestar, la reacción más evidente es la de enfrentarnos a él o, si no nos sentimos con fuerzas, huir (respuesta de lucha o de huida).

Estos peligros son frecuentes en la jungla, donde aparecen animales salvajes que ponen en jaque nuestra supervivencia. Sin embargo, también existen en la sociedad “civilizada”, aunque no son del mismo tipo. Aquí lidiamos con otros problemas igual de amenazantes; por ejemplo, el trabajo, los hijos o las preocupaciones diarias.

Aunque se trata de amenazas muy diferentes, se ha descubierto que el mecanismo que nos permite responder a todas ellas es el mismo y consta de dos ejes, formados por estructuras que trabajan en sincronía. Son el eje simpático-adrenal y el eje hipotálamo-pituitario-adenocortical (HPA). Ambos permiten producir hormonas como la adrenalina o el cortisol, que son muy importantes para enfrentarnos a las amenazas.

Cuando aparece un estresor, que bien podría ser un leopardo feroz o un jefe algo molesto, el cuerpo empieza a activarse, produciendo adrenalina, responsable de la dilatación pupilar, la sudoración y los latidos acelerados. Esta respuesta es rápida y se disipa pronto, dejando espacio al cortisol, otra hormona que nos permite mantener un esfuerzo continuado, como escapar del leopardo durante varios minutos. Sin embargo, si el cortisol a pequeñas dosis es útil y ayuda a la supervivencia, en cantidad elevada y persistente resulta muy dañino.

Tras conseguir, afortunadamente, escapar del animal, y vivir para contarlo, te das cuenta de que hay un árbol gigante con frutos que parecen comestibles. A estas alturas, tu cerebro ya ha puesto en marcha varias acciones para asegurarse de que, si pasas varios días hambriento, puedas sobrevivir. Cuando empiezas a estar hambriento, el cerebro se lleva gran parte de la energía, convirtiendo todas sus reservas en glucosa, empezando por el glucógeno, las grasas y algunas proteínas. Al metabolizar las grasas, se producen cuerpos cetónicos, unas sustancias que también se utilizan como fuente de energía cuando no hay glucosa disponible. Finalmente, si pasamos mucho tiempo sin comer, se utilizan los tejidos y los músculos. Aunque parece increíble, los períodos de hambruna no muy prolongados aumentan la atención, completamente focalizada entonces en la búsqueda de comida.

Ha sido un día largo, empieza a anochecer y a hacer frío. Pero de repente oyes voces a lo lejos, que provienen de tu grupo, que te ha estado buscando. Por fin puedes regresar a casa (o quizá continuar con la expedición), no sin haberte enfrentado a problemas nuevos, haber crecido y aumentado tu autoeficacia, resistiendo valientemente el estrés.

El cerebro emplea estrategias similares, y hace uso de los mismos componentes, te halles en la jungla o en la gran ciudad, pero no cabe duda de que estimularlo de vez en cuando le ayuda a funcionar mejor, lo cual acaba beneficiando a su propietario.

Fuente: un artículo de Valeria Zinchuk publicado en el portal abcblogs.abc.es

 

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