El estrés es una respuesta natural y adaptativa que se da ante las demandas del entorno. Cuando interpretamos una situación como amenazante o supone un reto para nosotros, el cerebro reacciona de forma orquestada activando ciertas estructuras que se encargarán de que nuestro cuerpo esté preparado para desarrollar un despliegue de energía que nos permita hacer frente a esas demandas.
Nuestro organismo está preparado para realizar este tipo de cambios cuando es necesario y volver a su estado natural sin que esto suponga sufrir consecuencias irreversibles. Sin embargo, cuando, por diferentes circunstancias, nos vemos inmersos en un cuadro de estrés crónico, se ha demostrado en numerosas investigaciones que nuestro cerebro sufre cambios tanto a nivel funcional como a nivel estructural o anatómico.
Se ha escrito mucho sobre las consecuencias del estrés prolongado sobre la salud como son las afectaciones en el sistema digestivo, sistema inmunológico o alteraciones en la piel, entre otras. También sabemos que el estrés puede generar trastornos del estado de ánimo como ansiedad o depresión. En este artículo vamos a centrarnos más específicamente en los cambios a nivel cerebral.
El estrés genera una respuesta a nivel bioquímico, en la que el cerebro controla la liberación de una serie de sustancias, principalmente glucocorticoides. Los glucocorticoides se secretan en la corteza suprarrenal y son: el cortisol, la cortisona y la corticosterona, siendo el cortisol el más importante.
El cortisol se libera como respuesta al estrés produciendo un aumento de energía en el organismo al incrementar el nivel de azúcar en la sangre, de ahí que en situaciones de estrés en las que se exige un esfuerzo extra, esta hormona tenga un papel tan importante.
A la vez que se produce este aumento de energía también se ralentizan o suprimen otros sistemas, como el sistema inmune, la respuesta sexual o el aparato digestivo. Por ello, personas que sufren estrés de manera continuada pueden enfermarse frecuentemente de catarros, gastroenteritis, alergias, migrañas, etcétera.
Existen algunos factores que contribuyen a que se produzcan niveles elevados de cortisol, como pueden ser la falta de sueño, el consumo de cafeína, practicar ejercicio intenso de forma prolongada o la vivencia de eventos traumáticos o muy estresantes en el día a día.
Cuando las personas estamos sometidas a un estado de tensión o agobio mantenidos en el tiempo implica más presencia de cortisol en la sangre teniendo como consecuencia la debilitación gradual de células cerebrales, pudiendo llegar incluso a su destrucción.
En cuanto a los cambios en la estructura del cerebro, se ha demostrado que hay ciertas áreas como la corteza prefrontal, la amígdala y el hipocampo que ven reducido su tamaño como consecuencia del estrés crónico. Estas áreas juegan un papel muy importante en la regulación emocional, la memoria y el aprendizaje.
La reducción del tamaño de estas regiones cerebrales contribuye a que, personas estresadas, tengan dificultades para concentrarse y para recordar; especialmente se ve afectada la memoria espacial y la memoria a corto plazo (la transmisión de información entre neuronas se ve dificultada por la presencia de cortisol). También se traduce en dificultad para tomar decisiones y/o hacer planes de futuro.
Otra de las consecuencias a nivel cerebral del estrés y que está relacionada con la reducción del tamaño de la corteza prefrontal y el hipocampo son las alteraciones emocionales que se dan en personas que sufren depresión.
Los cambios a nivel anatómico como consecuencia del estrés no solo se reflejan en una reducción de su volumen, sino que además existe una reducción en la densidad neuronal y una serie de alteraciones en el flujo sanguíneo del cerebro.
Una de las enfermedades más graves que se pueden ocasionar por estrés crónico es la posibilidad de sufrir un derrame cerebral. Esto puede explicarse por una reducción drástica en la circulación sanguínea del cerebro, ya que, los nervios y las venas comienzan a contraerse obstruyendo el suministro de sangre, oxígeno y nutrientes. A su vez, llega menos cantidad de sangre al corazón, por lo que este órgano va a verse obligado a bombear más rápido para conseguir oxígeno; por ello, los síntomas que con mayor frecuencia se presentan en personas estresadas son las palpitaciones, los mareos y el miedo a desmayarse.
Estas son solo una selección de las principales consecuencias que el estrés produce a nivel cerebral; cada vez hay más investigaciones al respecto y vamos adquiriendo consciencia de la relación que existe entre nuestros pensamientos y las implicaciones que tienen en nuestra salud.
Es importante tomar nota y empezar a generar cambios que están a nuestro alcance a través de la información que nos brindan las investigaciones y la ayuda que nos ofrecen los profesionales especializados.
Fuente: un artículo publicado en el portal psiquiatria.com
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