La otra mañana, me desperté con Dobie Gray cantando Drift Away (A la deriva) dando vueltas en mi cabeza y con lágrimas en mis ojos.

Me topé luego con la canción en YouTube y comencé a escucharla, reproduciéndola un par de veces. Casi al instante, las palabras y la música cambiaron algo en mí. Justo antes, estaba experimentando una sensación de melancolía, pero a medida que avanzaba la canción, sentí que mi ánimo se elevaba, transportándome de la tristeza hacia un sentimiento más esperanzador. Debo admitir que es una canción que he amado desde que era una adolescente, y tal vez fue la inesperada ternura de la voz del cantante o la honda añoranza que sentí con la letra la que me conmovió.

Como investigadora traslacional en la Facultad de Medicina de Johns Hopkins, que estudia cómo las artes nos ayudan a sanar, aprender y prosperar, he leído miles de estudios que ofrecen hallazgos fundamentales sobre cómo la música y el sonido impactan muchas partes de nuestros cerebros y cuerpos. Ese día, me sentí reconfortada una vez más por el poder de la música para apoyar a mi bienestar mental. El simple acto de escuchar una canción favorita puede alterar nuestro estado de ánimo y desencadenar recuerdos de tiempos remotos. Y cuando recordamos utilizar este conocimiento para la prevención, las prácticas y las intervenciones de bienestar, podemos mejorar significativamente nuestra vida diaria.

La canción Drift Away desató una cascada de respuestas neurobiológicas, iniciando un mayor flujo sanguíneo a diferentes regiones de mi cerebro, incluido el sistema límbico, y encendiendo una avalancha de emociones y recuerdos. También activó mi sistema de recompensa y comencé a sentirme mejor. La música tiene un efecto inmediato en nosotros. Nos calma, nos inspira, nos hace felices, nos guía y nos dirige; valida nuestros sentimientos y nos conecta con nuestras necesidades y naturaleza profundamente humanas. La estructura, los ritmos, las melodías, la sintaxis, los géneros, las letras de las canciones, un instrumento en particular o incluso la voz del cantante nos hablan en el lenguaje de la humanidad.

Estamos conectados para la música. Traemos el mundo a nuestros cuerpos y cerebros a través de nuestros sentidos. A nivel biológico, cuando escuchaba Drift Away, la música y el sonido activaron mis tímpanos, lo que provocó que el líquido de mi oído interno se moviera. El líquido dobló los pelos de mis células, que se convirtieron en impulsos nerviosos que viajaron a mi cerebro. Estos impulsos se movían a través de las redes neuronales de mi cerebro, evocando emociones y recuerdos fuertes, y alterando mi estado de ánimo y mi perspectiva casi instantáneamente.

En esencia, sentimos la música, y ahora estamos más cerca que nunca de entender por qué. Una de las razones por las que la música tiene un impacto tan inmediato en nosotros se debe a la forma en que se procesa rápidamente en el sistema límbico, la parte del cerebro que nos ayuda a experimentar las emociones.

Mientras escuchaba Drift Away, el neurotransmisor dopamina se liberaba en respuesta a este estímulo placentero y se produjo en mí un escalofrío musical. En otras palabras, tuve una experiencia emocional máxima que desencadenó una reacción física. La dopamina nos hace sentir bien y también ayuda a que las células se comuniquen mejor; además de mejorar la concentración y la planificación, nos permite pensar con mayor claridad.

En los últimos 20 años, los avances tecnológicos como la resonancia magnética funcional (IRMf) y la tomografía por emisión de positrones (PET), nos han posibilitado ver lo que hay dentro de nuestras cabezas y estudiar las extraordinarias formas en que las artes y la estética nos afectan, ofreciendo puertas de acceso que expanden la mente hacia la salud integral. La música es la forma de arte más estudiada y los investigadores ahora están comenzando a comprender algunas de las formas en que esta altera una compleja red fisiológica de sistemas interconectados en el cerebro, incluida la corteza prefrontal, la corteza visual, la amígdala, el hipocampo y la corteza auditiva y sensorial, por nombrar algunas.

Resulta que no solo escuchar música, sino también componerla, tiene importantes beneficios. Por ejemplo, las madres cantan a sus bebés para ayudar a aliviar los síntomas de la depresión posparto y mejorar el vínculo afectivo al reducir el cortisol, una importante hormona del estrés. Y las personas con demencia también cantan, accediendo a recuerdos musicales autobiográficos codificados en múltiples regiones cerebrales que no han sido dañadas por la enfermedad. El resultado es una presencia radical con la familia y los amigos, aunque solo sea por un corto tiempo.

No se trata de actos aleatorios de incursionar con la música ni de cosas agradables para hacer, sino de enfoques intencionales basados en evidencias que ayudan a sanar física y mentalmente, a prosperar y aprender, y a construir culturas y comunidades sólidas.

Para algunos, puede parecer demasiado simplista creer que una canción puede calmar el alma. Pero, al igual que el ejercicio, la nutrición y el sueño, estamos descubriendo cómo las artes son esenciales para nuestra salud y bienestar.

Fuente: un artículo de Susan Magsamen publicado en el portal time.com

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