«La letra con sangre entra», solían decir algunos maestros de la vieja escuela. Más allá de la ética, el dicho refiere una idea: aquellas informaciones que se acompañan de dolor dan lugar a aprendizajes más intensos y duraderos. Pero, ¿cómo ocurre este proceso a nivel cerebral?
Qué recordamos con más facilidad de nuestra niñez: ¿el primer caramelo que tomamos o nuestra primera pelea en el colegio? Casi todo el mundo apuntaría hacia lo segundo; parece claro que aquellos eventos en los que hay involucrado dolor en algún grado quedan mejor almacenados como recuerdo. Ahora, algunos estudios recientes señalan al córtex insular del cerebro –el área responsable de procesar el dolor– como mediador de este aprendizaje de tipo aversivo.
Por tanto, la neurociencia ha logrado, una vez más y gracias a esta investigación, atribuirle unos cimientos neuroanatómicos a procesos mentales que ya teníamos acotados y definidos.
El nexo entre el procesamiento de experiencias dolorosas y el aprendizaje derivado de dichas vivencias aversivas ha quedado situado en la ínsula; en la profundidad de la superficie lateral del cerebro, dentro del surco que separa las cortezas parietal inferior y temporal.
La cisura de Silvio es el nombre que recibe el surco lateral que separa el córtex temporal del parietal inferior en el cerebro.
Importancia del aprendizaje derivado del dolor
La evolución nos ha dotado de un efectivo mecanismo de supervivencia: el llamado aprendizaje por amenaza. A este tipo de aprendizaje le debemos, en buena medida, la supervivencia de nuestra especie; además de la nuestra, otras especies disponen de este recurso facilitado por sus respectivos sistemas nerviosos.
El sentido protector de este mecanismo se lo otorga el hecho de que, gracias a este aprendizaje, somos capaces de evitar futuras situaciones que nos puedan resultar dañinas o dolorosas en base a aprendizajes previos por los cuales eventos similares nos causaron daño. En cierto sentido, nos ayudaría a no «tropezar con la misma piedra».
El papel del córtex insular
Durante largo tiempo, los científicos se han preguntado cuál sería la región cerebral encargada de alertar a otras regiones cerebrales de eventos dolorosos para que el aprendizaje aversivo o por amenaza pueda desencadenarse. Hacía tiempo se sabía que la amígdala cerebral era importante en este aprendizaje, mientras que todavía quedaban algunos eslabones por determinar.
Y es que por mucho que la región amigdalina colaborase en este aprendizaje mediante la valoración emocional de los estímulos recibidos, todavía quedaba por desenmascarar la región que fuera capaz, a modo de director de orquesta, de aunar todos los procesos cerebrales involucrados para constituir un aprendizaje significativo e integrado.
Finalmente, el córtex insular, plegado de forma compacta en el interior del surco cerebral lateral, ha emergido como el responsable de transmitir las «señales de aviso» relativas a experiencias aversivas. A pesar de que existía evidencia de conexiones entre neuronas amignalinas y neuronas insulares, la función de las mismas apenas había sido objeto de estudio.
Clásicamente, al córtex insular se le ha atribuido la capacidad de codificación de sentimientos respecto a nuestro propio cuerpo.
En los estudios mencionados, se empleó ratones como sujetos experimentales por las similitudes de su corteza insular con la humana; al desconectar el córtex insular de los roedores durante aprendizajes aversivos, los investigadores hallaron que estos prácticamente perdían todo miedo ante futuros eventos dolorosos.
Y no solo esto: se comprobó también que, en estas circunstancias, los animales experimentales veían reducida su habilidad para extraer un aprendizaje a partir de la experiencia dolorosa.
Se ha comprobado que la ínsula desempeña un importante papel, además de en la experiencia del dolor, en la experiencia de una gran cantidad de emociones básicas, como el amor, el odio, el disgusto, el miedo, la tristeza y la felicidad. Desde una perspectiva anatómica, la ínsula está situada en el punto preciso para la integración de dos fenómenos en particular:
Por ello, lo que mediaría aquí es la asociación entre los cambios corporales –provocados los estados emocionales– y modificaciones en la manera en la que se vivencian cualitativa y subjetivamente esos cambios. En resumidas cuentas: el córtex insular informa a nuestro cerebro sobre estados corporales.
Lo que nos enseñan estos nuevos descubrimientos
Como se ha dicho, ha quedado constatado que además de dar noticia a nuestro cerebro sobre diversos estados del cuerpo, el córtex insular es capaz de enviar potentes señales de aviso a otras regiones del cerebro que participan en la formación de recuerdos sobre eventos desagradables o dolorosos.
Se hipotetiza que las neuronas de la ínsula son responsables de la sensación subjetiva de dolor, y serían por tanto las encargadas de añadir sensaciones de displacer a los eventos dolorosos experimentados. Con su funcionamiento, el córtex insular induciría a otras áreas cerebrales a desempeñar su respectiva función en el proceso de aprendizaje aversivo.
De esto se deriva que la actividad de la ínsula repercute significativamente en los fenómenos de interconectividad cerebral en diversas regiones del cerebro; además, este hallazgo encaja con las evidencias que la actividad defectuosa de esta región cortical se correlaciona con diversas afecciones psiquiátricas.
Así, estudios de este tipo, que ponen en relación los mecanismos de conectividad y plasticidad neuronal con los mecanismos de codificación cerebral del dolor, pueden en el futuro servir de base para la creación de nuevos abordajes psiquiátricos. En este sentido, el trastorno por estrés postraumático y los trastornos de ansiedad podrían ser dos de los grandes beneficiarios.
Fuente: un artículo de Andrés Navarro Romance para lamenteesmaravillosa.com
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