La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró por primera vez el brote de COVID-19 como una emergencia de salud pública de importancia internacional (PHEIC, por sus siglas en inglés) el 30 de enero de 2020, cuando —fuera de China— había menos de 100 casos y no se registraban muertes.
Esta declaración formal de la OMS se ha renovado 12 veces, la más reciente el pasado mes de febrero. El Comité de Emergencia del Reglamento Sanitario Internacional informó a la OMS que la pandemia de COVID-19 en curso sigue siendo una PHEIC, pero el mundo está en un punto de transición. La Casa Blanca, por su parte, anunció que las emergencias de salud pública y nacional por el COVID expirarían el mes de mayo.
La realidad es que al SARS-CoV-2 no le importa si hay una declaración de emergencia de salud pública o no. Simplemente continuará infectando a personas (y animales) y propagándose, lo que significa que los animales pueden convertirse en un reservorio viral y potencialmente generar nuevas variantes.
Con el único otro brote global devastador que nuestra generación conoce, la pandemia de influenza H1N1 de 1918, sabemos que con el tiempo, aquellos que contrajeron el virus y sobrevivieron desarrollaron inmunidad y la vida de alguna manera volvió a la “normalidad” en la década de 1920, pero el virus no desapareció por arte de magia. El virus de la gripe de nivel pandémico evolucionó hasta convertirse en otra gripe estacional. ¿Será ese el caso del SARS-CoV-2? Tal vez sí. Tal vez no.
Hemos aprendido mucho sobre el SARS-CoV-2, el virus que causa COVID-19 desde principios de 2020, pero aún hay más cosas que debemos entender sobre el virus y la enfermedad, especialmente si sabemos que vamos a convivir con el COVID-19 en el futuro previsible.
Además de la polarización política en torno al COVID y la propagación de información errónea y desinformación que todavía experimentamos todos los días, uno de los principales desafíos para comprender al COVID es que toda la información científica nos llegó como beber de una manguera contra incendios, y ni siquiera estábamos seguros de si lo que estábamos bebiendo era potable o letal; toda la ciencia sucedió bajo un foco de atención las 24 horas del día, los siete días de la semana. Antes del COVID, la investigación científica solo llegaba al público después de haber pasado por una serie de revisiones, escrutinios y evaluaciones; durante la pandemia sucedió completamente lo opuesto.
¿Cuáles son las cosas que muchas personas aún no entienden sobre el COVID?
El COVID-19 se transmite por el aire. La transmisión aérea de larga distancia del SARS-CoV-2 ocurre en entornos interiores como restaurantes, lugares de trabajo y lugares para coros; por lo tanto, una buena ventilación es esencial. Usar mascarilla y lavarse las manos es importante, pero también es importante ventilar los ambientes interiores con aire fresco.
Las mascarillas funcionan para reducir el riesgo de propagar el COVID-19, a pesar de que una revisión reciente de Cochrane (una red internacional independiente de investigadores, profesionales, pacientes, cuidadores y personas interesadas por la salud) sostiene lo contrario.
Dicha revisión combinó ensayos controlados aleatorios (ECA) en los que se usaron máscaras faciales (mascarillas de tela y mascarillas quirúrgicas) o respiradores (es decir, del tipo N95) tanto en tiempo parcial como en todo momento (uso continuo).
El virus del COVID-19 puede causar una respuesta inflamatoria continua y sostenida hasta ocho meses después de una infección, incluso de leve a moderada. La inflamación crónica no es buena; por lo tanto, sigue siendo importante evitar infectarse, especialmente si se es un adulto mayor o con otras afecciones médicas crónicas como diabetes, hipertensión, obesidad y otras enfermedades.
COVID-19 está asociado con un riesgo 66% mayor de desarrollar diabetes de inicio reciente. Por supuesto, asociación no significa causalidad. Aun así, ahora sabemos que incluso después de una infección leve por SARS-CoV-2, quienes tuvieron COVID-19 tienen un mayor riesgo de desarrollar diabetes en comparación con quienes nunca tuvieron la enfermedad; se necesita más investigación al respecto, pero esto es sin duda otra razón importante para evitar infectarse en primer lugar.
El COVID-19 es una enfermedad respiratoria, pero también es una enfermedad del sistema vascular. El virus puede inflamar el revestimiento de los vasos sanguíneos tanto en los jóvenes como en los ancianos, y puede provocar la coagulación de la sangre. El COVID-19 daña el corazón y puede causar accidentes cerebrovasculares repentinos en los jóvenes.
El COVID-19 aumenta el riesgo de trastornos neurológicos y psiquiátricos: déficit cognitivo, demencia, epilepsia o convulsiones hasta dos años después de la infección.
Tres años después, hemos recorrido un largo camino: contamos con varias vacunas seguras y efectivas que funcionan a pesar de las variantes más nuevas, tenemos antivirales y terapias que reducen el riesgo de hospitalización y muerte, y entendemos más el virus; pero el COVID-19 es todavía una amenaza: más de 1.000 personas siguen muriendo en todo el mundo (cifra distante a la fatídica estadística de más de 16.500 al día).
Restan algunas preguntas. Sin embargo, todos podemos vivir responsablemente con el COVID-19.
Fuente: un artículo de Melvin Sanicas, Md, publicado en el portal www.kevinmd.com
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