Los niños ya muestran preocupación empática a los 18 meses. En un estudio de la Ludwig Maximilian Universität (LMU), las expresiones faciales, gestos o vocalizaciones de los niños de esta edad indicaron que estaban emocionalmente afectados por la angustia de otra persona. Desde un punto de vista psicológico, este es un paso importante en el desarrollo.
“Para experimentar una preocupación empática, el niño debe ser capaz de distinguir entre él mismo y la otra persona”, sostiene Markus Paulus, catedrático de Psicología del Desarrollo y Psicología de la Educación en LMU. Este concepto de sí mismo surge durante el segundo año de vida, como lo demuestran, por ejemplo, los niños que se reconocen en el espejo.
Los sentimientos de los demás, como el miedo o la pena, conmueven a los bebés desde una edad temprana. La psicología del desarrollo interpreta este contagio emocional como un primer paso hacia una preocupación empática.
“Para tener una preocupación empática, también hay que poder regular la emoción y no sentirse abrumado por ella”, explica Markus Paulus.
La preocupación empática requiere no solo resonancia afectiva, sino también comprensión cognitiva y la capacidad de adoptar la perspectiva de la otra persona.
La preocupación empática se adquiere a través de interacciones sociales
En el estudio, los investigadores también analizaron qué papel juega el comportamiento de los cuidadores en la capacidad de los niños de sentir una preocupación empática por los demás.
Descubrieron que el grado de sensibilidad de los padres es clave: cuanto más sensiblemente respondían las madres a las necesidades de sus bebés, mayor era la capacidad de los niños en su segundo año de vida para mostrar una preocupación empática por un extraño. Por tanto, la preocupación empática se adquiere socialmente.
“Un niño no podría sobrevivir sin cuidadores sensibles que actúen con preocupación empática. Los niños aprenden de ellos cómo lidiar con las emociones negativas. De este modo, posteriormente ellos mismos podrán aplicar estas lecciones”, señala Markus Paulus.
Como tal, el estudio muestra que la preocupación empática no es innata, sino que se desarrolla en el contexto de las interacciones sociales.
Para el desarrollo posterior del niño, la preocupación empática es fundamental para el comportamiento prosocial.
“La preocupación empática nos ayuda a responder adecuadamente a la angustia de los demás: nos motiva a cuidarlos”, afirma la coautora Tamara Becher.
Para el estudio, un equipo dirigido por Markus Paulus y Tamara Becher invitó a los mismos bebés y a sus madres a experimentos de comportamiento en la LMU cuando los niños tenían seis, 10, 14 y 18 meses de edad.
Se estudiaron un total de 127 parejas de madre e hijo durante un período de un año y medio. Los investigadores registraron signos de preocupación empática en los niños en situaciones de juego en cuatro momentos diferentes.
En el experimento, los niños observaron cómo otra persona tenía un leve accidente y simularon dolor. Su respuesta también se comparó con su comportamiento cuando vieron reír a otra persona.
Fuente: un artículo de Constanze Drewlo publicado en el portal neurosciencenews.com
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