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Tal vez la clave para el cuidado del paciente sea un poco de amor

Hablar con profesionales de la salud sobre la importancia de amar a sus pacientes y colegas —como yo a menudo lo hago—, podría hacer levantar las cejas a más de uno.

¿Cómo podemos esperar amar a nuestros pacientes durante una visita a la clínica de apenas 15 minutos? ¿Cómo puede formarse el amor entre los equipos del hospital que se reúnen para un procedimiento quirúrgico, pero que luego pasan a otro trabajo? Quizás aún más importante, ¿cómo hará este amor alguna diferencia en la vida de nuestros pacientes cuando necesiten su próxima dosis de medicación o de cara a estar preparados para un nuevo procedimiento?

Sin embargo, cuanto más aprendemos sobre cómo funcionan el amor y otras emociones, más reconocemos el inmenso poder del amor sobre la calidad de la atención que brindamos, y sobre nuestros propios esfuerzos para mejorar esa atención. Nosotros también comprendemos que esta forma de amor es realmente práctica y alcanzable en nuestros hospitales, clínicas y centros especializados.

Tanto los científicos biomédicos como los sociales nos están ayudando a comprender cómo las emociones positivas colaboran a abrirse a los demás, mientras que las emociones negativas pueden romper los lazos entre las personas e incluso dañar el desempeño de los equipos clínicos.

Exploremos algunas de estas emociones.

¿El amor como medicina basado en la evidencia?

Primero, entienda que la versión del amor de la que estamos hablando no tiene nada que ver con el amor incondicional, la devoción, la lealtad o el cariño de una abuela por un hijo. Es una respuesta biológica.

En su libro Amor 2.0, Barbara Fredrickson, profesora de psicología de la Universidad de Carolina del Norte, explica que esta suprema emoción se experimenta cuando dos personas tienen “micromomentos de resonancia positiva”, en tanto que se relacionan entre sí, se sienten cálidos el uno con el otro y se conectan.

Un componente clave en esta respuesta es la liberación de oxitocina en el torrente sanguíneo. Esta hormona “parece calmar los temores que podrían alejarlo de interactuar con extraños y también mejorar sus habilidades para la conexión”, ella escribe. “En lugar de evitar a las personas nuevas por miedo y sospecha, la oxitocina te ayuda a captar las señales de la buena voluntad de otra persona y te guía para que te acerques a ella con la tuya”.

Durante muchos años, explica, los científicos se centraron en cómo surge la oxitocina durante las relaciones sexuales, el parto, la lactancia, y cuando las personas están forjando o fortaleciendo nuevos lazos entre sí. Sin embargo, la investigación tomó más tiempo para reconocer los sutiles efectos de la oxitocina durante las actividades cotidianas, como jugar con los niños o poner un brazo alrededor de un compañero de trabajo. La gente anhela estos momentos de “amor”, sin importar si se están conectando con un cónyuge, un colega o un extraño.

Ahí es donde este concepto resuena tan poderosamente para el cuidado de la salud. Sabemos que nuestros momentos con los pacientes y los compañeros a menudo son fugaces, y amarlos en el sentido convencional parece poco realista. Aun cuando comprendes el poder de esos micromomentos amorosos, desbloqueas un secreto para que el paciente tenga una experiencia positiva.  Los pacientes, sus familias y seres queridos son vulnerables y están preocupados ante un diagnóstico.

Reacciones en cadena de generosidad

De la biología del amor pasamos a la sociología de la generosidad y la bondad. Existe un creciente número de investigaciones realizadas por sociólogos que muestran que la generosidad puede ser contagiosa, que experimentar o ver actos generosos pueden incitar a las personas a “devolver el favor” con actos similares. Hace casi dos años, fui testigo de una reacción en cadena en una tienda de donas del centro de la ciudad de Baltimore. Después de que ayudé a una pareja sin hogar a comprar su desayuno, un cliente tras otro comenzó a comprar comidas para otras personas sin hogar que hacían fila.

En un artículo del New York Times unos meses después, los sociólogos de la Universidad de Cornell explicaron cómo “un solo acto de bondad puede, de hecho, hacer replicas a través de una red social, desencadenando cadenas de generosidad que llegan lejos más allá del acto original”.

El artículo ayudó a explicar el evento de la tienda de donas y me hizo pensar en las posibles implicaciones para el cuidado de la salud. Brinda esperanza de que, incluso en áreas clínicas donde la moral está baja, los actos individuales de bondad o el coraje tienen el poder de caer en cascada a través de una organización. Esto puede venir en forma de una enfermera que ayuda a otra enfermera a través de un caso de paciente difícil, un médico que da las gracias a un trabajador de servicios ambientales por cooperar a reducir los riesgos de infecciones, o un empleado que ve un paciente confundido en los pasillos del hospital y lo acompaña a donde debe ir. Nosotros creemos que tales actos se vuelven infecciosos, ya que los receptores de tal bondad se convierten en dadores, y la investigación sugiere que es posible.

El peaje de la grosería

Si el amor y la generosidad pueden conectar a las personas, la rudeza y otros comportamientos disruptivos pueden romper esos lazos.

Un estudio fascinante realizado en Israel ayuda a respaldar la teoría de que la rudeza y la grosería en el trato dentro de la clínica no solo es desagradable y malo para la moral, sino que también es potencialmente peligroso para los pacientes.

En una unidad de cuidados intensivos neonatales simulada, a 24 equipos clínicos, cada uno con un médico y dos enfermeras, se les pidió que diagnosticaran y trataran una afección emergente. Minutos antes de iniciar la simulación, la mitad de los equipos fueron objeto de groserías: un “mensaje de bienvenida” de un cirujano estadounidense criticó la calidad de la atención en Israel y bromeó diciendo que esperaba no enfermarse durante su visita.

Como Trevor Foulk, uno de los autores del estudio, escribió en Conversation, “los resultados fueron asombrosos y alarmantes. A los grupos que estuvieron expuestos al comentario grosero les fue mucho peor en la simulación. Un simple insulto de un tercero destruyó virtualmente el desempeño de los participantes. Tanto su habilidad de diagnóstico y su desempeño sufrieron dramáticamente; lo que significa que no solo tuvieron más dificultades para calcular medicamentos, en tanto no sabían qué hacer, sino que incluso cuando sabían qué hacer, les resultaba más difícil hacerlo”. Aunque la mayoría de los médicos se tratan unos a otros con respeto, los actos irrespetuosos pueden desmoralizar a la víctima, disminuyendo su rendimiento y aumentar el riesgo de error.

Al discutir sus resultados, los investigadores sugieren que la rudeza y grosería interfiere con las funciones cognitivas que se ocupan de la planificación, gestión o análisis de objetivos. La exposición a la rudeza también puede socavar los procesos de colaboración que de otro modo podrían ayudar a los equipos a mitigar el peor desempeño de uno o más miembros.

Podemos reconocer que el ingrediente secreto de la mejora y la atención centrada en el paciente, y la vida en general no es una solución técnica o una lista de control. Estos son útiles, pero no son la sal de la vida. Necesitamos crear estos micromomentos de resonancia positiva entre médicos y pacientes, clínicos entre sí. Para citar al padre de la mejora de la calidad en la salud, Avedis Donabedian, “En última instancia, el secreto de la calidad es el amor.” ¡Y es contagioso!

Fuente: un texto de Peter Pronovost, anestesiólogo y director del Instituto Armstrong para la Seguridad y Calidad del Paciente, publicado en portal Voices for Safer Care.

 

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