El cerebro es el centro de operaciones del organismo. Procesa la información que nos llega de los sentidos, controla y coordina el movimiento, el comportamiento y los sentimientos. Regula los latidos del corazón, la presión sanguínea, el balance de fluidos y la temperatura corporal, entre otras funciones. No es extraño que tenga, junto con la médula espinal, un férreo sistema de defensa. En primer lugar, hay una muralla ósea, el cráneo y la columna vertebral, que protegen de traumatismos.
Un segundo sistema de seguridad, está constituido por tres membranas, las meninges, que forma una barrera que impide la entrada selectiva de sustancias perjudiciales para el sistema nervioso. Tiene un tercer mecanismo de control, una férrea aduana, la barrera hematoencefálica, que impide que lleguen al cerebro sustancias nocivas a través de la sangre.
El control es tal, que ni siquiera los centinelas del sistema inmunitario, los leucocitos, pueden entrar en el sistema nervioso central. Sus métodos para detectar intrusos, como bacterias o virus, son demasiado rudos y podrían dañar a las delicadas neuronas y otras células del cerebro. Es una policía autonómica especial, denominada microglía, la que se encarga de mantener el orden en el sistema nervioso.
Pero aún hay más medidas de seguridad. En el centro del cerebro se abren los ventrículos cerebrales, son un vestigio del tubo neural que durante el desarrollo embrionario origina el sistema nervioso. Tienen el aspecto que puede verse en la imagen, que parece sacada de una película de ciencia ficción (imágenes tomadas de Wikipedia).
Los ventrículos cerebrales producen un líquido, denominado cefalorraquídeo (LCR) o cerebroespinal, que permite, entre otras cosas que el cerebro y la médula espinal puedan flotar. La cantidad de LCR que tiene un adulto, es, por término medio, unos 150 ml, menos del equivalente a un vaso de agua.
Sin embargo, ese pequeño volumen consigue un efecto muy importante: reducir el peso de las estructuras del sistema nervioso en un 97%. Por ejemplo, los 1.400 gramos que de media pesa un cerebro, quedan reducidos a 47 gramos. Esto le permite actuar como amortiguador de posibles traumatismos, cuya gravedad dependerá de la fuerza del impacto, que está determinado por el peso.
El volumen de LCR varía con la edad. En los recién nacidos es mínimo, de 40 a 60 ml., y 120 en la adolescencia.
Este líquido se produce en un 70% en unas formaciones vasculares especiales de los cuatro ventrículos del cerebro (dos laterales, tercero y cuarto ventrículo), llamadas plexos coroideos. Una vez que sale de los ventrículos, circula por el espacio que dejan entre sí las dos meninges más internas, denominado subaracnoideo. Su producción (0,35 mililitros por minuto) y reciclado aseguran una presión intracraneal constante, algo muy importante, cuando se trata de estructuras tan frágiles como las del sistema nerviosos, que de otra forma podrían resultar dañadas.
Los esteroides y algunos diuréticos pueden disminuir la formación de este importante fluido, que además de proteger mecánicamente al cerebro, transporta nutrientes y sustancias implicadas en la regulación de funciones vitales y retira desechos.
El LCR se reabsorbe en la parte superior del cerebro, en las vellosidades subaracnoideas. Aunque circula en contra de la gravedad, las diferencias de presión entre las zonas de producción y de drenaje, pulsación de las arterias y arteriolas en los espacios subaracnoideo y perivascular, y pequeños movimientos del cerebro y médula hacen que vuelvan de nuevo a la sangre, cerrando el circuito.
El equilibrio entre producción y absorción es importante. La acumulación de LCR en el cerebro provoca hidrocefalia, por un desequilibrio en la producción, circulación y absorción. En los bebés, hace que la cabeza sea más grande de lo habitual. En los adultos se produce por infecciones como la meningitis y la encefalitis, traumatismo o un tumor, entre otras causas. Y provoca un aumento de los ventrículos cerebrales. Ese aumento de la presión intracraneal puede dañar el cerebro o la médula espinal, al ejercer presión sobre estructuras importantes y restringir el flujo sanguíneo.
La disminución de la presión intracraneal también causa problemas, como la cefalea. Si disminuye el volumen del LCR, el cerebro desciende y arrastra estructuras sensibles al dolor, en especial los nervios craneales trigémino, glosofaríngeo y vago, y las tres primeras raíces cervicales. Este descenso es más evidente de pie, por el efecto de la gravedad, y por ello empeora la cefalea, que cede en posición tumbado.
En condiciones normales, el LCR tiene un aspecto limpio y es incoloro, no precipita ni coagula. Cambios de color o variaciones en las proteínas y otras sustancias que contiene proporcionan información del estado del sistema nervioso.
Fuente: un artículo de Pilar Quijada para www.abc.es
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