El sismo de 7.8 grados que sacudió al Ecuador -especialmente a la provincia costera de Manabí, epicentro del sismo, y a la región colindante de Esmeraldas (situada al Norte del país), la noche del pasado 16 de abril, fue el más grande episodio del que se tenga registro en los últimos 60 años.
Esta catástrofe natural despertó una respuesta solidaria inmediata y decidida de todos los hermanos ecuatorianos y de la comunidad internacional, en pro de ayudar con celeridad a la gente afectada a superar sus pérdidas tanto humanas como materiales, y a combatir el hambre y las enfermedades que el evento desencadenó.
Hoy, recordamos esa fecha, no solo para honrar a tantos seres queridos que se perdieron en tan dramático evento, sino para resaltar la valiosa y, en muchas ocasiones, valiente intervención de los rescatistas, voluntarios y ciudadanos que en forma desinteresada se entregaron a la tarea de aliviar la pena y el dolor de las víctimas, y de velar celosamente por sus necesidades, aun las más básicas.
El esfuerzo y la contribución de millares de manos generosas sirvieron para forjar un ejemplo de cooperación y solidaridad de la cual siempre guardaremos orgullosa memoria como ecuatorianos de corazón.
Mantengamos este ejemplo vivo en nuestro quehacer diario, y en especial en los momentos de crisis. Contribuyamos sin descanso a superar la pobreza, el hambre y las enfermedades de nuestra comunidad a través de acciones e iniciativas permanentes. Porque allí donde la cooperación llega renace como extensión natural la esperanza.
¡La vida se nos da, y solo la merecemos dándola!