La ecpatía es un nuevo término complementario a la empatía, que permite el apropiado manejo del contagio emocional y de los sentimientos inducidos.
Este concepto fue propuesto por el doctor y catedrático en Psiquiatría, J. L. González de Rivera, para definir el proceso voluntario de exclusión de sentimientos, actitudes, pensamientos y motivaciones inducidas por otros.
La ecpatía no es lo mismo que la indiferencia o dureza afectiva característica de las personas carentes de empatía, sino una maniobra o acción mental positiva compensadora de la empatía, y por ende no su mera carencia. Esta acción mental compensatoria nos protege de la inundación afectiva e impide que las emociones ajenas nos arrastren: un riesgo que corren las personas excesivamente empáticas.
Desde este punto de vista, no hay que confundir ponernos en el lugar del otro con instalarnos en el lugar del otro. De alguna manera, este viaje empático es necesario para la compresión, pero también puede ser realmente peligroso cuando nos quedamos atrapados en el otro.
Como espléndidamente lo expresa Carmen Berry: “Si el grado de implicación de una persona que se dispone en actitud empática con otra no es correcto, se corre el riesgo de caer en lo que se llama la trampa del mesías: amar y ayudar a los demás olvidándose de amar y ayudarse a sí mismo”.
Ecpatía contra la manipulación
Aunque pensemos que hay personas especialistas en inducir y contagiar emociones, la realidad es que no estamos indefensos ante ellas: tenemos o podemos adquirir las herramientas suficientes para que este “secuestro” emocional no se produzca.
Tal secuestro emocional está muchas veces más en la especial sensibilidad del secuestrado que en la intención del secuestrador de que el otro se mantenga en ese estado. En este sentido, no tenemos que confundir el contagio emocional con la empatía.
La empatía trata con la información valiosa que recibimos de otros. Si solo tenemos en cuenta los puntos de vista, deseos y emociones de los demás, la convivencia se vuelve desastrosa. Sin embargo, la empatía se queda incompleta sin la capacidad de gestionar el contagio emocional y compensarlo a través de otra cualidad mental.
Mientras la empatía comporta “ponerse en el lugar del otro”, la ecpatía comportaría “ponerse en el propio lugar”; y bien es sabido que ambas cualidades son necesarias. Siendo esta última la acción mental que nos protege de la manipulación o de la inundación emocional por parte de los otros, impidiendo que las emociones ajenas nos arrastren.
Un apunte del brillante sicólogo americano Martin L. Hoffman señala que: “La empatía es una respuesta afectiva más apropiada para la situación de los demás que para la propia”.
La empatía tiene sus propias áreas cerebrales
La empatía, a la par que otros factores propios de la personalidad, es imposible de determinar mediante algún tipo de medida física. A nivel emocional y subjetivo podemos verlo, pero no así cuantificarlo. Al ser un elemento psicológico las cosas son ciertamente más complejas en ese aspecto.
Sin embargo, investigadores de la Universidad de Monash (Melbourne, Australia) estudiaron la forma de poder medirlo mediante la herramienta de la neuroimagen, y el resultado fue curioso: los tipos de empatía otorgan a los individuos cerebros diferentes físicamente.
La empatía y el cerebro
Según estos científicos, el hallazgo plantearía algunas hipótesis, como la posibilidad de que la empatía pueda aumentar con el tiempo (dando lugar a cambios físicos a nivel cerebral), o que incluso podamos ver desaparecer dicha empatía con el tiempo.
Centrándonos un poco en los diferentes tipos, los investigadores encontraron que las personas con “empatía afectiva” tienen una fuerte respuesta emocional frente a los sentimientos o pensamientos de otra persona, ya que la materia gris de estos individuos es más densa en una región cerebral determinada en comparación con aquellos que expresan “empatía cognitiva“, es decir, individuos que tienen una respuesta más lógica a otro estado emocional (y menos sentimental).
Así lo comenta Robert Eres, coautor del estudio: “Las personas que tienen gran pare de empatía afectiva son a menudo los que sufren más el miedo frente a una película de terror, o que lloran fácilmente frente a una escena triste. Los que, por su parte, poseen empatía cognitiva tienen a ser más racionales, como sucede cuando un psicólogo clínico aconseja a su paciente”.
Para llegar a estas conclusiones, los científicos estudiaron a 176 individuos usando una técnica de neuroimagen denominada “morfometría basada en vóxel”, donde se analizaba la densidad de su materia gris cerebral. El objetivo era determinar el grado de empatía afectiva o empatía cognitiva de los participantes.
La densidad de materia gris, clave para diferenciar la empatía
Los hallazgos del estudio fueron que aquellos con una alta empatía afectiva tenían una mayor densidad de materia gris en la “corteza insular”, justo en el centro del cerebro. Por otra parte, aquellos que tenían una alta empatía cognitiva también tenían una mayor densidad de materia gris en la “corteza mediocingular”, justo encima de la conexión entre ambos hemisferios cerebrales.
La conclusión de los investigadores es que la empatía podría llegar a perderse o alterarse si las zonas cerebrales anteriormente mencionadas se lesionan o modifican. También explicaría porque hay individuos que no tienen empatía, u otros que la tienen en exceso.
“En conjunto, estos resultados validan el hecho de que la empatía es un conjunto de componentes, lo que sugiere que la empatía afectiva y la empatía cognitiva están representadas y diferenciadas morfológicamente a nivel cerebral”.
El punto justo en las emociones está entre la empatía y la ecpatía
Daniel Goleman, autor del libro Inteligencia Emocional, dice que “la empatía es básicamente la capacidad de comprender las emociones de los demás en las circunstancias de los demás”. Sin embargo, también señala que, en un nivel más profundo, se trata de definir, comprender y reaccionar ante las preocupaciones y necesidades que subyacen en las respuestas y las reacciones emocionales de los demás.
La ecpatía es lo opuesto y a la vez complementario a la empatía. Este proceso voluntario nos sirve para frenar la sobredosis de contagio emocional en situaciones tales como en el cuidado de personas enfermas o en crisis humanitarias, para que no nos termine bloqueando el dolor, y también para poder evitar la manipulación mental o incluso la histeria de masas.
Por tanto, no todo contagio emocional es bueno y a modo de conclusión para nuestra salud emocional, lo ideal sería regular la capacidad empática no solo en el sentido de potenciar la capacidad de comprensión, sino también en el sentido de impedir o limitar la extensión de esta experiencia cuando esta puede ser perjudicial para la persona que la vive, para la persona que es empática.
Fuente: un artículo de Fátima Servián Franco para lamenteesmaravillosa.com y textos de apoyo de Roberto Méndez para omicrono.elespanol.com
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