El tiempo nunca ha pasado tan lento en mi vida como después de aquellos minutos en que escuché la palabra “cáncer”. Fue como si fuese catapultada a una especie de deformación temporal donde todo se detuvo y se volvió borroso.
Recuerdo haber escuchado vívidamente la palabra “cáncer”, pero no recuerdo mucho después de eso… Sé que el médico siguió hablándome y sé también que compartió mucha información. Pero en ese momento, no tenía la capacidad de escuchar. Solo estaba escuchando palabras murmuradas por mi parte. No tenía palabras, solo lágrimas. No podía sentir nada más que los brazos de mi esposo agarrándome por los hombros. Aparentemente en cámara lenta, mi vida perfecta (como puede ser la de muchos otros) fue arrojada por la ventana, reemplazada por miedo, ira, profundo dolor y total confusión.
Cuando salimos del hospital, les dije a mi madre y a mi esposo: “¿Qué se supone que debemos hacer ahora?”.
En mi caso, los resultados del informe de patología tardaron tres días en llegar. Fueron tres tortuosos días de espera. Esperar puede ser una de las cosas más difíciles de hacer en la vida, y es algo contra lo que lucho hasta el día de hoy, seguramente debido a esta dura experiencia.
Una vez que obtuvieron mis resultados y se clasificó mi tipo de cáncer, inmediatamente nos enfrentamos a un millón de decisiones que tomar y piezas de información por procesar. El término “abrumador” no alcanza a describir cómo me sentía tras concluir esa llamada telefónica.
Un sabio consejo que recibí alguna vez fue que nunca tomara una gran decisión en la vida en un estado de crisis emocional. ¡Siempre dese tiempo! Pero, ¿qué pasa cuando no tienes tiempo? Ninguna persona con cáncer posee el lujo del tiempo. Seguro que no. Entonces, ¿qué sucede?
Navegando por mi diagnóstico de cáncer
A lo largo de aquellas primeras 48 horas —luego de recibir mi diagnóstico—, recuerdo haberme sentido literalmente paralizada. Ni siquiera podía empezar a hablar o pensar en una “estrategia” porque no podía entender lo que me acababa de pasar, cómo había sucedido o por qué ocurrió. Pasé ese tiempo hablando por teléfono con mis amigos más cercanos y familiares, repitiendo la cita con el médico de cabecera y compartiendo muchas lágrimas, mucha conmoción y mucho silencio.
Recuerdo que comencé a recibir preguntas sobre segundas opiniones a medida que pasaba el tiempo. Dado mi diagnóstico, lo raro y agresivo que era mi cáncer, y lo horribles que eran nuestras circunstancias —particularmente porque estaba embarazada en ese momento—, conté con el apoyo de personas amigas investigando a los mejores médicos de todo el país, ofreciéndome hacer lo que fuese necesario para que pudiese ser ingresada y atendida.
Si bien aprecié todo ese esfuerzo, no pude procesarlo. Si soy honesta, recuerdo haberme sentido resentida. Estoy segura de que eso fue muy confuso para los demás, pero la realidad era que no tenía la más mínima capacidad de pensar en lo que vendría después. No pude pasar del presente. No quería aceptar nada de eso. ¿Cómo podría hacerlo cuando estaba enfrentando mi propia mortalidad? Y en mi caso concreto, debí también enfrentar la mortalidad de nuestra hija por nacer, de la nada.
Un par de días después, recuerdo que me desperté y fue como si un interruptor se hubiera activado. Mi deseo de luchar era furioso, y no había posibilidad de que volviera con aquel médico o tomara su palabra como la última en torno a mi diagnóstico. Recuerdo que le dije a mi esposo que quería ir a desayunar con mis padres y comenzar a discutir a fondo sobre las opciones de tratamiento. Siempre lo recordaré diciendo: “¡Esa es mi chica! ¡Vamos ya!”. Él siempre ha tenido a una compañera muy competitiva y desafiante en mí.
La toma de decisiones importantes durante el cáncer
Ese día fuimos a desayunar y recuerdo haber escuchado recomendaciones de algunos especialistas. Habíamos encontrado a uno de los mejores médicos del mundo y estaba listo para verme si me decidía a hacer una cita. Unos días después estaba en su oficina. Hizo las mismas pruebas y me dio el mismo diagnóstico que tenía el primer médico, sellando mi destino horriblemente triste; no obstante, lo manejó con tanta gracia que supe que había encontrado a mi médico tratante.
Más tarde, en una de mis citas, escuché a este mismo médico en el pasillo decirle a su residente: “Asegúrate de cuidar a mi niña”. Esas palabras me alentaron y condujeron a creer que estaba en las mejores manos, y que él era el profesional idóneo con el cual yo quería contar a mi lado durante este singular proceso.
Mi línea de tiempo entre el diagnóstico y el inicio del tratamiento activo fue de aproximadamente dos semanas. Para una perspectiva segura, dentro de esos quince días semanas, tuve, sin exagerar, cientos de conversaciones sobre “qué pasaría si” y “cómo hacerlo”. Me sometí a docenas de pruebas y escaneos. El cáncer no suele ofrecer opciones en blanco y negro, especialmente para mi cáncer que solo tenía una línea de defensa definida y nada más, con una tasa de supervivencia del 15% a los dos años.
A partir de tablas de tumores los expertos analizaron cada pequeño detalle para elaborar el mejor plan de acción posible. Para mí, esa estrategia de juego significaba cirugía, quimioterapia y radioterapia. Para otros, significó inmunoterapia, ensayos clínicos y más. Todo fue una apuesta. Constantemente sopesábamos los riesgos en función de la información que teníamos, sin ninguna garantía absoluta de que viviría hasta los 32 años.
Este octubre, estaré cinco años alejada de mi diagnóstico. Superamos las probabilidades. Y hablo en plural porque no estuve sola en la lucha contra el cáncer. Mi increíble equipo médico, mi esposo, mi familia y mis amigos que caminaban todos los días conmigo y todavía lo hacen, han sido parte de mi experiencia con el cáncer.
¿Qué me ayudó a tomar las mejores decisiones durante el cáncer?
Reflexionando sobre aquellas dos semanas ahora, con el regalo de la perspectiva que solo el tiempo puede brindar, hago todo lo posible por sentir empatía con todas las personas con cáncer con las que me cruzo y que pueden estar en el meollo de sus “dos semanas”.
Mi consejo para ellos es siempre el mismo: ¡siente primero tus sentimientos y siéntelos plenamente! Esta situación es posiblemente una de las más traumáticas por las que vas a pasar en la vida. Vas a estar procesando tu propia mortalidad de la nada. Grita, patalea, llora, respira, siéntate en silencio. Haz caminatas. Tómate el tiempo que necesites para ti, no te precipites. Asume que estas son sensaciones que tendrás por el resto de su vida. Algunos días estos sentimientos serán grandes, en otros pequeños y casi siempre saldrán de la nada. Vivir con fe y valentía esta etapa es a menudo tu única opción. ¡Medita!
A continuación, busca tu círculo de confianza tanto en el ámbito médico como personal. Para el cuidado de tu salud es prudente encontrar un equipo de profesionales en el que confíes implícitamente y en el que te sientas apoyado por completo, tanto física como emocionalmente. El cáncer a menudo enseña a las personas cómo llegar a ser el mayor y mejor defensor de sí mismas, por lo que, si algo no te sienta bien o te resulta incómodo, actúa en consecuencia. Sabes lo que necesitas y lo que es mejor para ti, ¡así que lucha por ti!
Personalmente, aprendí a no intentar luchar sola contra el cáncer. Es imperativo encontrar un grupo de familiares y amigos que te permitan sentir, hablar, gritar y llorar, sin ningún juicio, incluso cuando las cosas se pongan realmente muy obscuras. Encuentre el círculo que lo trate tal y como lo hacía antes de ser diagnosticado con cáncer. Encuentre a aquellos que no tengan miedo de dejar caer a tiempo y destiempo un poco de humor, lo cual puede ser realmente positivo a lo largo de la experiencia de esta enfermedad.
Además, intente contactar a alguien que esté atravesando exactamente por lo que usted está pasando ahora, ya que solo alguien en idéntica situación puede ayudarlo a revisar su nivel de compromiso ante la vida, sus prioridades y el curso de las acciones que va emprendiendo de cara al tratamiento de salud. Todos necesitamos en un punto detenernos y evaluarnos seriamente. Ante la experiencia de una enfermedad catastrófica es válido dar un paso atrás y revisar a consciencia nuestro plan de acción cada día. Eso es ser corresponsable con los que amamos y con nosotros mismos.
Y, por último, mi consejo es tomar el cáncer un minuto a la vez; no una hora o un día a la vez. Eso es demasiada presión ante el cáncer, especialmente por lo impredecibles que suelen ser los efectos secundarios y lo profundamente traumática que puede ser la experiencia para cada individuo.
Entonces, asúmelo todo minuto a minuto. Encuentra algo de “normalidad”. ¡Ríe! Si se sientes asustado, llora. Llama a quien está permanentemente preocupado por ti y grita, si es lo que necesitas. Golpea una almohada hasta que estés exhausto. Si sientes la culpa de ser un sobreviviente, habla de ello, ¡porque casi todos lo sienten! Y si percibes algún efecto secundario, consulta con entera confianza a tu oncólogo, porque ellos nunca te harán sentir como si fueses un tonto ante cualquier inquietud. Recuerda que en esta batalla tu instinto siempre tiene la razón. El caso es dar solo un paso a la vez. Todo lo que tiene cáncer es un paso a la vez.
Tomar decisiones durante el cáncer puede ser difícil. Tropezarás con muchas opiniones y muchos consejos en tu camino. Un diagnóstico de cáncer puede complicar algunas relaciones y revelar el corazón de oro de otras. Conocer esta verdad de primera mano lo ayudará a mantenerse conectado a tierra. ¡Ánimo!
Fuente: un testimonio de Bethany Hart, superviviente de cáncer de cuello uterino neuroendocrino de células pequeñas, quien preside junto a su esposo The HallieStrong Foundation en los EE.UU. Este artículo fue publicado en el portal www.cancer.net
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