El cáncer cursa por fases: diagnóstico, tratamiento, intervalo libre y, a veces, recaída con posible final de vida. Aunque cada uno vive la enfermedad de manera muy personal, se detecta que muchos pacientes tienden a experimentar el mismo tipo de estado de ánimo cuando se encuentran en una fase particular.
La vivencia personal de una enfermedad catastrófica que amenaza tu vida
El diagnostico se vive de manera muy personal. Podemos decir que cada uno tiene su cáncer, tumor cerebral o enfermedad catastrófica. Y aunque parezca que dos individuos, por el hecho de estar afectados por exactamente el mismo tipo de dolencia tienen que vivirlo igual, la experiencia demuestra que no es así.
Sin embargo, observamos que el estado de ánimo tiende a evolucionar de forma similar en la mayoría de pacientes con cáncer, a medida que avanzan en su proceso. Y a partir de aquí se ha intentado explicar por qué, en cada fase de la enfermedad, predomina un tipo de estado de ánimo concreto y algunos pensamientos asociados.
El estado de ánimo en la fase de diagnóstico
La fase del diagnóstico de cáncer o cualquier enfermedad catastrófica está marcada por la sorpresa, la estupefacción y la incredulidad. Son muy habituales preguntas como «¿por qué a mí?» y sentimientos mezclados de tristeza, miedo y rabia. El motivo es que nuestra mente nos está pidiendo que nos detengamos, que dejemos de pensar en cualquier otra cosa y nos centremos en encajar la noticia del diagnóstico.
Cuando nos dicen que tenemos cáncer, por ejemplo, debemos asumir una serie de cambios que nos llegarán y que alterarán nuestra vida. Eso necesita tiempo y apoyo social (de la familia y los amigos). El choque puede hacer que no prestemos atención a lo que nos dice el médico, por eso es clave ir a las visitas acompañados y con una lista con las preguntas que le queramos hacer.
El estado de ánimo en la fase de tratamiento
La etapa del tratamiento del cáncer y otras muchas enfermedades catastróficas se suele vivir con más optimismo que otras. Tenemos el pensamiento de que estamos haciendo algo contra la enfermedad, y esto nos proporciona una cierta sensación de control. No quiere decir esto que lo vivamos con alegría, sino que cuando se compara el momento del diagnóstico —cuando todavía no nos hemos hecho a la idea de lo que nos ha pasado— con el postratamiento, esta fase se suele experimentar con mayor sentimiento de implicación.
Asimismo, solemos contar con un equipo de profesionales de la oncología, de muchas disciplinas, que se unen para proporcionarnos el tratamiento, y unos resultados científicos que avalan que este procedimiento terapéutico es el mejor de todos los que están disponibles. Esto nos tranquiliza: si algo no anduviera bien, estamos rodeados de profesionales de la salud que enseguida lo detectarían y nos ayudarían.
Durante el intervalo libre de enfermedad
Si el tratamiento es efectivo y nos dicen que ya hemos superado el cáncer, entramos en el llamado intervalo libre de enfermedad. Este intervalo puede durar muchos años (puede que el cáncer no nos vuelva a afectar), pero también es posible que sí que vuelva al cabo de un tiempo. Por eso se utiliza el concepto de intervalo. Es un período en el que nos hacen controles periódicos para comprobar que todo va bien.
Y lo que sucede en esta fase con el estado de ánimo es un poco inesperado. De entrada, parece que si nos dicen «te has curado», debe volver la alegría, ¿verdad? Pues no es lo que ocurre. Al menos, no del todo. Si en la fase del tratamiento decíamos que el hecho de estar rodeados de profesionales de la salud nos proporciona la tranquilidad de saber que si pasa algo se podrá intervenir a tiempo, terminar el tratamiento significa que este arropamiento se acaba. Por tanto podemos tener cierto miedo de que la enfermedad regrese (a esto se lo conoce como el Síndrome de la espada de Damocles).
Además tenemos que volver a enfrentarnos a una «realidad» que ha ido avanzando a su ritmo mientras nuestra vida estaba en pausa por el tratamiento: volver a buscar trabajo, recuperar las actividades del día a día, reconectarnos con la gente, etcétera. Y tenemos que hacerlo asumiendo que algunos de los cambios que hemos vivido se revertirán, pero otros permanecerán.
El estado anímico si se produce una recaída
La posible recaída en el cáncer también tiene su impacto en el estado de ánimo. Sobre todo, en forma de frustración e indignación. El pensamiento predominante es: «Todo el tratamiento que hice la otra vez, tener que soportar los efectos secundarios… ¿no sirvió de nada?». El nuevo tratamiento no se vive con tanta esperanza como en la primera ocasión.
En este punto algunas personas se plantean si vale la pena volver a hacer un tratamiento. Es normal que se lo pregunten. Es una cuestión delicada que hay que dejar en manos de profesionales de la psicooncología, para abrir un proceso de toma de decisiones que suele ser complejo. Otras personas adoptan un espíritu de lucha y deciden darlo todo en el tratamiento.
Cómo se vive la etapa de final de vida
La fase de final de vida está marcada por la complejidad y los cambios. Se vive con un gran sufrimiento, por parte del paciente y de su familia. Y es que el hecho de saber que queda poco tiempo de vida suele abrir una de estas dos vías:
¿Y eso se puede elegir? No siempre. Depende de la personalidad, de las circunstancias, del estado de salud, del apoyo social y otros factores que determinan la vida o entorno del paciente. Tanto en un caso como en el otro, predomina la rabia sobre la tristeza. Digámoslo claro: a las personas no les da la gana de morirse.
Esto no impide que desde la psicooncología podamos hacer un trabajo de acompañamiento y de reminiscencia: un repaso vital que nos ayude a morir sabiendo que nuestra visa ha tenido un sentido, lo que hace que este proceso sea menos difícil. No más fácil, ni más agradable, pero sí menos difícil.
Fuente: un texto de la psicooncóloga Joan Vilallonga publicado en el portal psicologiaencancer.com/es
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