El doctor Joaquín Fuster (Barcelona, 1930) lleva décadas investigando el cerebro y ha hecho grandes aportaciones a la exploración de la mente humana. Catalán de nacimiento y estadounidense de adopción, este catedrático de Neurociencia en la Universidad de California en Los Ángeles es el autor de Cerebro y Libertad (ed. Ariel), un libro que analiza temas tan dispares como el origen de la libertad, la organización de la memoria y el modelo de red o la neuroeconomía.
¿Hay lugar en el cerebro para el libre albedrío?
Sí. No es otra cosa sino la capacidad de elegir entre posibles acciones o formas de lenguaje. Esa capacidad define lo que yo entiendo como libertad. Hay libertad para hacer esto o aquello y libertad de la supresión de lo malo, de lo que no quiero. En ambos casos se trata de una elección, incluida la opción de no hacer nada. Esta capacidad de decidir, esta libertad, está sobre todo en la corteza cerebral, la parte del cerebro que más finamente nos ajusta al medio.
Pero, ¿no está limitada la libertad por múltiples condicionantes?
Hay muchos factores que determinan nuestras decisiones. Muchos vienen del interior, como los impulsos biológicos, pero otros vienen de la memoria, de nuestra historia, de lo que Ortega llamaba la circunstancia, que no solo incluye mi memoria sino la memoria filética, de la evolución. La libertad no se puede comprender sin el círculo percepción y acción. La relación constante con el mundo externo, a través de la criba de la memoria filial, es la circunstancia. La razón vital de Ortega se basaba en una lucha constante entre el destino y la necesidad. Esta libertad de elegir nos permite formar e inventar el futuro, el de cercano y el lejano, pero es una libertad predeterminada. Yo creo en el determinismo blando que decía William James, es decir, que soy consciente de que muchas cosas que elijo vienen en los genes, en mi historia, en mis experiencias pasadas que determinan que haga esto. Por eso no creo en la pena de muerte, que es un disparate completo. Creo que los jurados y los jueces deberían tener más en cuenta la circunstancia de cada acusado, no solo en el momento del crimen sino a lo largo de sus vidas.
¿La evolución humana ha determinado el grado de libertad?
La forma de la corteza que más nos abre al futuro es la corteza prefrontal, en la que he estado trabajando 40 o 50 años. Esta es la parte de la corteza que se desarrolla más tardíamente, no solo en la evolución humana sino en el desarrollo del individuo. En realidad no se adquiere madurez completa hasta la tercera década de la vida, que es cuando se ha desarrollado la corteza. Es entonces cuando, por así decirlo, sentamos nuestro juicio y podemos tomar decisiones maduras. A esa edad ya tenemos capacidad para postergar la gratificación, algo que no puede hacer el niño que lo quiere todo aquí y ahora. La corteza prefrontal es la que nos abre a la libertad y a la creatividad.
¿Sopesamos bien todas nuestras decisiones?
Buena parte de nuestras decisiones son inconscientes. Están hechas a partir de la intuición que no es más que el razonamiento inconsciente. Esta es más sabia de lo que pensamos razón por la cual sabemos más de lo que creemos que sabemos. Porque la mayor parte de la percepción del mundo es completamente inconsciente. Solo prestamos atención a cosas que son distintas o sorprendentes, lo demás lo ignoramos y en eso tiene mucho que ver la corteza prefrontal. Lo que pasa es que hay activación de ciertas partes de la corteza que son afines a lo que se ha percibido o a lo que se piensa hacer, pero es una activación que no llega al nivel de la consciencia. No somos conscientes de qué hacemos y por qué lo hacemos, pero lo hacemos. Muchas veces la intuición es repentina, lo que se llama corazonada, y se hacen cosas sin saber por qué, pero cuando se analizan se encuentran razones lógicas de esa decisión que proceden de la circunstancia, que si no dictan, sí que sesgan las decisiones.
¿Cuanta más salud hay más libertad tenemos?
Hay enfermedades mentales que restringen mucho la libertad y también la responsabilidad. Las principales son la esquizofrenia que nos saca del mundo real, la neurosis compulsiva que nos lleva a hacer lo que no queremos pero tenemos que hacer, y la adicción a la droga, que es una prisión. Sí, es posible decir que cuanta más salud, más libertad. Salud en el sentido amplio, no solo mental sino de todo el cuerpo. En este sentido, la libertad es relativa y variable, porque unos individuos son más libres que otros.
¿Qué aportaciones ha generado la Psiquiatría en el conocimiento del cerebro?
Ciertos trastornos cerebrales nos han permitido conocer principios fundamentales de las redes cerebrales. Sabemos que la psicosis es un proceso desconectivo en la corteza. Por la Psiquiatría sabemos también que muchos trastornos mentales se acompañan de alteraciones del lenguaje, como en la esquizofrenia porque hay una desconexión entre la corteza prefrontal y la posterior. En definitiva, la Psiquiatría nos ha ayudado a comprender cómo funcionan ciertas partes del cerebro.
¿La inteligencia artificial ayudará a ese conocimiento?
Muchos de los conceptos que se han usado en Neurociencia proceden del terreno de la inteligencia artificial. Pero se han dicho muchas falsedades como que el cerebro funciona como un ordenador. No es verdad. El cerebro accede a las memorias por contexto y asociación, no por dirección, y está organizado de modo jerárquico, es decir, unas redes metidas dentro de otras. Sí que hay una analogía válida: internet. Porque son redes y se accede por contenido.
¿Cuáles son los grandes males del cerebro?
El estrés. En su reverso está la actividad física, que es necesaria, y la intelectual. El estrés no solo afecta a lo que hacemos o pensamos sino a nuestra salud en general, comenzando por el aparato cardiovascular.
¿Qué podemos hacer para luchar contra el estrés?
Crear un hábitat que sea pacífico, armónico, que no exija demasiadas decisiones, que no implique relaciones de conflicto con la gente con la que trabajamos. Que adoptemos una actitud de transparencia y sinceridad en nuestras relaciones. Y luego ordenar la vida de un modo lógico, donde haya tiempo para relajarse, hacer ejercicio y para las relaciones humanas.
Pero eso es complicado sobre todo en países donde cada vez los trabajos son más exigentes debido a la crisis.
Muchas de las reestructuraciones que se han hecho representan en primer lugar que muchos pierden oficio y beneficio y, en segundo lugar, estas circunstancias desmoralizan a los que quedan. Por dos motivos: porque tienen temor a ser los próximos y porque tienen que trabajar el doble para hacer lo que aquellos hacían. Esta es desgraciadamente una de las plagas que estamos sufriendo en la esfera laboral. Las máquinas se están usando para sustituir a los individuos. Y si a eso se añade el hecho de que recursos de la sociedad disminuyen para mantener el estado del bienestar, es un problema.
Usted dice en su libro que lo más perjudicial para el progreso de un país es la violación de la confianza pública por parte de los políticos. ¿Es lo que está pasando ahora?
La pérdida de confianza pública no solo desmoraliza a la población sino que corrompe la democracia. Esta idea de democracia se desvirtúa por la pobre acción de estos políticos. Con el tiempo, la política se ha corrompido de tal modo que se ha convertido en un negocio, no es un medio sino un fin. Esto es pernicioso para la sociedad y la gente no entiende cómo es posible tanta barbarie. ¿Por qué en el mundo han ganado en la última década los extremos de izquierda y de derecha? Porque en el centro hay mucha frustración. Así es cómo se ha sesgado todo. ¿Y por qué esta frustración? Porque hay mucha corrupción y muchos políticos de los que nadie se fía. Esto es inmoral. No tiene perdón de dios.
Fuente: una entrevista de Ángeles López para www.elmundo.es
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