Un nuevo artículo de un equipo de neurocientíficos del Instituto Florey de Neurociencia y Salud Mental advierte que la actual pandemia de COVID-19 puede generar una futura “ola silenciosa” de enfermedades neurodegenerativas. Los investigadores sugieren que el virus SARS-CoV-2 puede aumentar el riesgo de que una persona desarrolle la enfermedad de Parkinson.
La enfermedad de Parkinson se caracteriza por la muerte progresiva de neuronas secretoras de dopamina en los ganglios basales del cerebro. La causa del Parkinson aún se desconoce, pero la mayoría de los investigadores están de acuerdo en que la enfermedad es el resultado de una serie de factores genéticos y ambientales. Kevin Barnham, uno de los autores del artículo recientemente publicado, describe la aparición del Parkinson como desencadenada por un “mosaico de eventos”.
Para explicar exactamente cómo varios factores aparentemente dispares pueden sumarse y conducir a la aparición de la enfermedad de Parkinson, se ha presentado un concepto llamado “hipótesis de doble impacto“. Esta hipótesis sugiere que una infección viral inicial puede causar primero neuroinflamación, “preparando” al cerebro para reaccionar de forma exagerada a un evento neurológico posterior más adelante en la vida.
Ese segundo evento neurológico puede ser cualquier cosa, desde otra infección viral, hasta la exposición a un pesticida o incluso el simple envejecimiento. Este segundo “golpe” da como resultado una respuesta neuronal anormal que conduce a la neurodegeneración responsable en última instancia de la enfermedad de Parkinson.
Barnham y sus colegas señalan un número creciente de informes que demuestran que el SARS-CoV-2 es un virus neurotrópico, lo que significa que tiene la capacidad de ingresar al tejido cerebral. Esto sugiere que el nuevo coronavirus ciertamente tiene la capacidad de servir como un “cebador” patógeno para aumentar el riesgo de Parkinson.
“Aunque los científicos todavía están aprendiendo cómo el virus SARS-CoV-2 puede invadir el cerebro y el sistema nervioso central, el hecho de que está entrando allí es claro”, dice Barnham. “Nuestro mejor entendimiento es que el virus puede causar daño a las células cerebrales, con potencial de neurodegeneración a partir de ahí”.
Los investigadores también hacen referencia a las consecuencias de la pandemia de gripe española de 1918 como evidencia de la hipótesis del doble impacto. Cinco años después de que terminara la pandemia de gripe española, los diagnósticos globales de la enfermedad de Parkinson casi se habían triplicado.
“Podemos comprender las consecuencias neurológicas que siguieron a la pandemia de gripe española en 1918, donde el riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson aumentó de dos a tres veces”, dice Barnham. “Dado que la población mundial se ha visto afectada nuevamente por una pandemia viral, es muy preocupante considerar el posible aumento global de enfermedades neurológicas que podrían desarrollarse en el futuro”.
Los investigadores enfatizan que aún es demasiado pronto para cuantificar exactamente cuánto COVID-19 podría aumentar el riesgo de desarrollar Parkinson. Además, es muy importante indicar claramente que no hay evidencia, ni siquiera sugerencia, de que el virus SARS-CoV-2 pueda causar directamente la enfermedad de Parkinson.
En cambio, los investigadores advierten que las tasas de enfermedad de Parkinson podrían aumentar drásticamente en los próximos años, como consecuencia de esta pandemia. El Parkinson es actualmente una de las enfermedades neurológicas de más rápido crecimiento en todo el mundo, con casos que se han duplicado de tres a seis millones en los últimos 20 años.
Incluso sin que esta pandemia aumente las cifras, los expertos calculan que la enfermedad afectará a más de 12 millones de personas para 2040. Considerando que decenas de millones de personas en todo el mundo ya han contraído COVID-19, solo un leve aumento en el riesgo de Parkinson por el virus podría dar lugar a “graves ramificaciones para los sistemas de atención de la salud de muchos países”.
Barnham y sus colegas también sugieren que estas preocupaciones neurológicas futuras deben ser consideradas ahora mismo por los gobiernos que diseñan planes para manejar la propagación aguda del virus.
“Es importante destacar que las estrategias que involucran la inmunidad colectiva que requieren una tasa de infección del 60-70% deben ser consideradas muy cuidadosamente, aunque pueden representar una solución a corto plazo de la infección aguda, bien puede haber consecuencias desastrosas a largo plazo”, dijo uno de los investigadores.
La conclusión final del nuevo artículo es un llamado a una mayor inversión en el diagnóstico y tratamiento precoz del Parkinson. Si bien los pacientes recuperados de COVID-19 no necesitan preocuparse de inmediato, los investigadores sugieren que se desarrolle un registro de salud para seguir de cerca a las poblaciones afectadas.
Cuanto antes se detecte la enfermedad neurodegenerativa, más eficazmente podrá ralentizarse su progresión. Se estima que una vez que la enfermedad se presenta con signos clínicos de degeneración motora, más del 50% de las neuronas dopaminérgicas ya han sido destruidas.
“El mundo fue tomado por sorpresa la primera vez, pero no es necesario que vuelva a serlo”, dice Barnham, refiriéndose al período posterior a la pandemia de gripe española hace un siglo. “Ahora sabemos lo que hay que hacer. Las claves de éxito supondrán establecer un enfoque estratégico de salud pública, aplicar las herramientas para el diagnóstico temprano y ofrecer mejores tratamientos”.
Fuente: un artículo de Rich Haridyse publicado en el portal newatlas.com, basado en la investigación realizada por Florey Institute of Neuroscience & Mental Health.
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