La RAE define el “miedo” como una sensación de angustia ante un daño, real o imaginario, o la aprensión que alguien tiene de que le suceda lo contrario a lo que uno quiere.
Existen una serie de miedos, comunes en casi todos los seres humanos, como son el miedo a la muerte, a la mutilación o incluso la sensación de soledad, y muchos otros menos generalizados que solo afectan a determinadas personas, o que inquietan en mayor o menor medida en función de cada personalidad. Pero sería incorrecto afirmar que existe gente que vive sin miedo. No todas las personas reaccionan de la misma manera a una experiencia que provoca cierto terror, y no siempre se huye del miedo; tanto es así, que cada año la noche del 31 de octubre, la noche de Halloween, se apela a este sentimiento en lo que ya se ha convertido en una de las fiestas más famosas y comerciales del globo.
Películas de terror, disfraces de personajes con quien nadie quisiera encontrarse y escenas con las que asustar a desconocidos o amigos son algunos de los protagonistas de esta época del año. ¿Pero qué le pasa al cuerpo humano, no solo cada noche de Halloween, sino cada vez que se enfrenta a esta emoción?
Se trata de una reacción que comienza en el cerebro y se extiende por el resto del cuerpo, de modo que este se pueda ajustar a una mejor defensa o reacción. La respuesta al miedo comienza en una región del cerebro denominada amígdala, ubicada en el sistema límbico, encargado de regular las emociones y funciones de conservación del individuo. Cuando esta detecta una fuente de peligro, desencadena los sentimientos de miedo y ansiedad.
Un estímulo percibido como amenaza desencadena esta respuesta en la amígdala, que activa las áreas del cerebro implicadas en la preparación de las funciones motoras involucradas en la lucha o en la huida, al tiempo que libera hormonas del estrés y activa el sistema nervioso simpático.
Tal y como lo explican en la revista del Instituto Smithsoniano de Washington D.C. los profesores de Psiquiatría de la Universidad de Wayne, Arash Javanbakht y Linda Saab, esto provoca una serie de cambios corporales que preparan al cuerpo humano para ser más eficiente ante una situación de peligro: el cerebro se hiperactiva, las pupilas y los bronquios se dilatan y se acelera la respiración; aumenta la frecuencia cardiaca y la presión arterial, así como el flujo de glucosa a los músculos. Entretanto, los órganos no vitales para la supervivencia se ralentizan.
Una de las más recientes y encantadoras maneras de explicar el miedo, junto a otras sensaciones que experimenta el cerebro humano, se encuentra en Inside Out (Del revés), una película de animación de Pixar estrenada en 2015, en la que Disney se adentra en el fondo de la mente de una niña y sus emociones personificadas, que intentan gestionar todos sus sentimientos. Miedo se encarga de dirigir algunas situaciones de la protagonista, pero el resto de compañeros tratan de que no tome el control absoluto, ya que el miedo, exacerbado, puede llegar a convertirse en terror y hacer que la persona pierda el control.
Desde el punto de vista evolutivo, el miedo puede ser una ventaja, ya que una buena evaluación y estrategia ante las amenazas es imprescindible para la supervivencia; ¿pero qué ocurre cuando se disfruta de ese miedo?
Cuando nos gusta pasar miedo
En un reciente estudio, publicado por la American Pyschologial Association, y reproducido por la revista Psychology Today, se señala que puede tener ciertos beneficios exponerse a experiencias negativas intensas, como ver películas de terror, subir a una montaña rusa o hacer actividades extremas como el puenting. La ciencia se ha venido enfocando en el análisis de los cambios fisiológicos en una respuesta ante una amenaza, y en su papel en la supervivencia del ser humano.
Una situación como la visualización de una película de terror, no obstante, al tiempo que provoca cierto miedo permite, gracias a la contextualización de la misma, que se pueda disfrutar de ella: es el contexto el que hace entender al cerebro que la amenaza no es real y la experiencia acaba siendo más positiva que negativa.
Enfrentarse voluntariamente a una situación de terror puede mejorar la gestión del estrés
En el estudio antes citado, se recogen además evidencias que sugieren que una determinada exposición a situaciones negativas intensas, que desencadenan toda esta reacción, pueden ser positivas a la hora de aprender a gestionar el estrés. Esta conclusión es similar a la que se extrae de otros estudios en los que se analizan distintas maneras de abstraer a las personas de sí mismas, como la meditación, la actividad sexual o el esfuerzo intenso, físico o mental, y que han demostrado que pueden reducir la actividad cerebral en determinadas regiones del cerebro vinculadas a esa sensación de lucha o huida, asociada al miedo.
Para comprender esto, los investigadores usan el modelo de calibración adaptativa de respuesta ante el estrés (ACM, por sus siglas en inglés), según el cual la excitación ante experiencias estresantes ayuda a mejorar la manera en la que una persona responde a otras situaciones similares en el futuro, es decir, que exponerse a una situación estresante puede enseñar cómo gestionar emociones adversas de manera más efectiva. Eso sí, este estudio parte de experiencias negativas intensas, pero siempre que estas sean voluntarias: numerosos estudios han demostrado que tanto los seres humanos como los animales gestionan el estrés mucho mejor cuando tienen alguna manera de controlar lo que están experimentando, que cuando se trata de una situación negativa aleatoria e inesperada.
Otro factor que parece demostrar que exponerse a situaciones negativas intensas pero voluntarias pueda llegar a considerarse agradable es que parte de estas actividades se realizan como ser social: ir a ver una película de terror, por ejemplo. Este estudio, del que se extraen evidencias de los beneficios de la exposición a estas situaciones, se basó en parte en una muestra de 262 adultos que visitaban por primera vez Scarehouse (La casa del terror) una atracción encantada en Pittsburgh (Estados Unidos). La mayoría de los participantes aseguraron haberse divertido; y según recoge la investigación, muchas de las personas que entraron en la atracción sentían que habían desafiado sus miedos y aprendido de sí mismas.
Parte de los integrantes del estudio (100) aceptaron que se les hiciera un electroencefalograma mientras participaban en la actividad: los resultados muestran que la exposición a esta experiencia provocó que se desactivaran ciertas áreas del cerebro, particularmente entre las personas que aseguraron sentir un mayor beneficio.
Esta reacción, similar a la de otras investigaciones, demuestra que la disminución de actividad cerebral mejora la capacidad de hacer frente al estrés. No obstante, hay que subrayar las limitaciones de este estudio en concreto: además de la muestra de sujetos, hay que tener en cuenta que todos los participantes decidieron voluntariamente asistir a Scarehouse.
Los investigadores sostienen que hacen falta muchos más estudios para ahondar en la cuestión, pero también recuerdan que, hasta la fecha, los estudios sugieren que la exposición a actividades intensas y negativas en las que se participa de manera voluntaria sirve como una especie de entrenamiento para saber cómo reaccionar en diferentes situaciones.
Fuente: un artículo publicado en el portal www.elconfidencial.com
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