Existen dos áreas en el cerebro bien diferenciadas a simple vista: lo que conocemos como materia (o substancia) gris, y la materia blanca. Ambas áreas presentan notables diferencias estructurales y funcionales.
En cuanto a lo puramente estructural, la materia blanca está conformada por axones de neuronas. Por su parte, la materia gris está formada por uno de los dos extremos: los cuerpos neuronales y sus dendritas.
Un ser humano normal tiene algo menos de cien mil millones de neuronas (100.000.000.000); la propiedad emergente de la interconexión de las neuronas, llamado redes neuronales o conectoma constituiría lo que conocemos como mente.
El cerebro es un gran consumidor de energía y oxígeno. Para asegurar su abastecimiento, este se alimenta por una de las redes de vasos sanguíneos más ricas de nuestro cuerpo, con aproximadamente un 20% de la sangre que sale del corazón en cada latido, para distribuirla luego por venas y capilares.
En la característica superficie arrugada de la capa exterior del cerebro -lo que se conoce como cortex-, los científicos han podido identificar diferentes áreas estrechamente vinculadas con ciertas funciones. A saber, nuestro cerebro está dividido en dos hemisferios: el izquierdo controla los movimientos del lado derecho de nuestro cuerpo; y el derecho, la parte izquierda del mismo.
En la mayoría de las personas, el área del lenguaje se encuentra concentrada principalmente en el hemisferio izquierdo. No obstante, el trabajo real del cerebro se produce en sus más de 100 billones de neuronas, que se conectan en una densa red conocida como “bosque neuronal”, en el cual se generan las bases de los recuerdos, los pensamientos y las sensaciones.
En el bosque neuronal existen trillones de conexiones, conocidas como sinapsis, en las que se produce la comunicación entre neuronas mediante un proceso químico-eléctrico: la neurona emisora libera unas moléculas llamadas neurotransmisores, que se acoplan a la neurona de destino. La inmensa densidad de esa red establece con los años patrones de conexión más fuertes y activos. Esto permite a nuestro cerebro codificar los pensamientos, recuerdos, habilidades y sensaciones de una determinada manera, los cuales nos hacen ser cómo somos.
Esos patrones no son inamovibles, cambian a lo largo de la vida conforme conocemos a nuevas personas, vivimos nuevas experiencias y experimentamos nuevas sensaciones. Por eso, las formas de pensamiento alternativo y de tener una mentalidad abierta, mejoran el funcionamiento de nuestro cerebro, lo conservan joven y nos protegen de enfermedades como el Alzheimer.