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¿Tumor cerebral? ¡Besa tu cerebro! Descubre cómo la gratitud reconfigura tu cerebro

Los estudios de IRM demuestran que se activan varias partes y patrones de nuestro cerebro cuando experimentamos y expresamos gratitud.

Cuando era profesora de ciencias en un instituto, solía decirles a mis alumnos que se besaran el cerebro. Esta idea surgió tras visitar el aula de jardín de infantes de una amiga. Ella solía pedirles a sus alumnos que besaran su cerebro, y ellos tomaban los dedos, los golpeaban en la boca y luego en la parte superior de la cabeza. Y realmente aquello fue tan adorable como se lo están imaginando. Así que decidí llevarlo a mi clase en el colegio. Podía haber salido bien o mal, pero terminó siendo un ritual muy divertido para nosotros también. Yo les pedía que se besaran el cerebro por todo lo que habían trabajado en clase, como práctica de agradecimiento.

Después de dar clases en la escuela secundaria, regresé a la universidad para obtener mi doctorado en psicología. Yo me especializaba en la psicología positiva, que es la ciencia que investiga las fortalezas y virtudes que permiten que tanto las personas como las comunidades prosperen. También imparto clases de psicología a estudiantes universitarios y de secundaria.

Me encanta enseñar psicología, y mi tema favorito de “Introducción a la Psicología” es el cerebro. Y aunque me fascina dar clases sobre el cerebro, pensé que sería mejor pedirles a mis estudiantes universitarios, también conocidos como adultos, que besaran sus cerebros. Así que pasaron tres años antes de que recordara esa divertida frase.

Un día, después de dictar la clase del último curso, tuve una migraña terrible que me dejó la mitad de la cara entumecida y mi visión borrosa. Las migrañas siguieron. Vi a varios doctores y luego empecé a experimentar mareos. El neurólogo ordenó una resonancia magnética (IRM), y yo recuerdo que estaba muy emocionada porque entonces iba a poder usar las fotos de mi propio cerebro cuando enseñara imágenes cerebrales a mis estudiantes. Pero resultó que mi IRM no era demasiado perfecta. El médico me llamó y me pidió que fuese a emergencia porque había una gran masa en el hemisferio derecho del cerebro, y allí fue donde vi la imagen de mi tumor por primera vez.

Nunca había estado más asustada en mi vida que esa noche, y con lágrimas cayendo por mi rostro, en el hospital, besé mi cerebro por primera vez desde que había dejado el salón de clases de la escuela secundaria. Lo convertí en mi mantra y besé mi cerebro todos los días, incluso antes y después de la cirugía. Dos semanas más tarde, tras la intervención, volvieron los informes de patología y me diagnosticaron un astrocitoma anaplásico.

Las semanas siguientes fueron muy difíciles. Intenté descubrir qué era lo que más me molestaba releyendo todo lo que había escrito sobre esta experiencia. Escribí y publiqué esto en Instagram aproximadamente una semana después de recibir el informe patológico: “Seguiré luchando. Seguiré amando. Seguiré viviendo. Seguiré queriendo. Seguiré viviendo”. Y una semana después, escribí esto: “Luchadora. Intenté serlo para ver qué sentía, porque esa palabra siempre aparecía junto a mi nombre, como un trabajo, una identidad, un rol. Luchadora. Me miraba en el espejo. Al principio estaba bien, pero enseguida todo se volvió agotador, un peso muy grande, una carga demasiado pesada. Me deshice de la palabra y la dejé en el suelo. La lucha no era para mí. Un cuerpo no es un campo de batalla”.

Me di cuenta de que había entrado en la narrativa de la lucha. Cuando alguien oía mi diagnóstico, me convertía en luchadora. “Eres una luchadora”. “Sigue luchando”. “Vence ese tumor”. Esos eran los comentarios. Y luego estaba internet, donde busqué desesperadamente a otra gente que llevase bien su diagnóstico. Pero los hashtags más buscados eran #eltumordecerebroeslopeor, #elcancereslopeor y #luchacontraelcancer. Entiendo perfectamente que existan esos hashtags, pero el que yo quería encontrar era #hola tengountumorcerebralquequizanosevayanuncaysigoviva, aunque supongo que este no tenía tanto tirón.

No me gustaba nada la idea de estar luchando con mi cerebro, porque me había pasado meses y años besándolo. Odiaba la idea de ponerle el nombre de algo malo a mi tumor, porque en realidad iba a estar conmigo durante el resto de mi vida, y odié el entrenamiento de imágenes guiadas en el que me dijeron que viese la quimioterapia como un ejército que venía a luchar contra el cáncer, porque no quería pasar más de un año de mi vida en guerra con mi propio cuerpo.

Puede ver cómo estos elementos de la narrativa de la lucha pueden ayudar a empoderar a mucha gente, pero yo sabía que a mí no me iban a funcionar. Así que empecé con las prácticas de bienestar que había aprendido en mis propios estudios. Los médicos siempre se ríen conmigo cuando se enteran de que soy especialista en biopsicología y neurociencia, y estudiante de doctorado en psicología. Luego, cuando me preguntan qué estudio y yo les digo que resiliencia y bienestar, se vuelven a reír o dicen algo tipo: “¡Oh, eso es irrelevante!”. Nunca pude escapar de la ironía. He leído tantas historias y estudios sobre resiliencia, pero jamás imaginé el día en que llegaría a enfrentarme a ella y a experimentarla personalmente.

Leí y enseñé sobre el agradecimiento, específicamente como una estrategia de bienestar, y aunque conocía los efectos positivos, nunca los había practicado en serio. Empecé a incorporar algunos ejercicios a mi día a día. Traté de dejar de concentrarme en lo que mi cuerpo había hecho “mal” y me centré en lo agradecida que le estaba a mi cuerpo. Y realmente, me di cuenta de que ya había estado haciendo esto cuando me dedicaba a besarme el cerebro antes y después de las cirugías.

La gratitud se convirtió en la herramienta que me ayudó a reestructurar mi visión de la enfermedad y la discapacidad cuando el mundo me decía que tenía que luchar contra ella. En lugar de pensar en si podría tener hijos algún día, me centraba en lo increíble que era que mi cerebro, a pesar del traumatismo, pudiera segregar la cantidad correcta de hormonas a mi cuerpo que produciría óvulos suficientes para más adelante. Cada vez que iba a radiación y me ponían la máscara, me besaba el cerebro y me enfocaba en el residente que me contaba que las células sanas podrían repararse con el tiempo y las cancerígenas, no.

Cuando recibimos las notas quirúrgicas de mi cirugía —un día que recuerdo muy bien y en el que me daba mucho miedo pensar—, leí la nota en voz alta, sollozando, derramando lágrimas, pero de alegría y agradecimiento, pensando en lo que había hecho mi neurocirujano. Comencé a sentir un sentimiento de gratitud tan inmenso por la ciencia, la medicina y mi equipo médico, que esa sensación se llevó por delante los pensamientos grises tipo “¿cómo será mi vida ahora?”.

Cuanto más practicaba la gratitud, más en paz me sentía con mi situación, y esto hizo que me interesara en lo que podría estar pasando con la ciencia de la gratitud a nivel neurológico. La gratitud tiene muchos resultados psicológicos y sociales positivos, como mayor felicidad, menor depresión, relaciones más fuertes o emociones más positivas.

Los estudios de IRM demuestran que se activan varias partes y patrones de nuestro cerebro cuando experimentamos y expresamos gratitud. Una de esas partes es la corteza prefrontal medial, un área asociada con la gestión de las emociones negativas. Juntos, estos cambios en los neurotransmisores y las hormonas, combinados con las vías neuronales activadas, nos ayudan a reestructurar los pensamientos dañinos para mejorar nuestra situación. Y lo mejor de todo es que podemos activar a voluntad estos circuitos de nuestro cerebro.

En general, cuanto más hacemos algo, más fácil nos resulta, y con nuestro cerebro funciona igual. Cuanto más activemos estos circuitos de agradecimiento, menos nos costará estimular esos patrones la próxima vez y más fuertes se vuelven esos caminos. “Neuroplasticidad” es un término que les enseño a mis estudiantes, y que se refiere a la capacidad de nuestro cerebro de formar nuevas conexiones neuronales a lo largo de la vida. Lo más importante: esto es algo que cualquiera puede practicar y mejorar con el tiempo.

Así que yo seguí practicando la gratitud incluso cuando parecía imposible. Sigo agradeciéndole a mi cerebro todo lo que hace mientras me preparo para 12 rondas más de quimioterapia este año. Escribo tres cosas por las que estoy agradecido y por qué estoy agradecido por ellas, pase lo que pase, cada mañana que me levanto. Escribo “notas de agradecimiento” a mis héroes del servicio sanitario que velan por mi salud, a las enfermeras que logran a la primera pescar la vía intravenosa. Al anestesista residente, que me daba la mano cuando me despertaba durante la cirugía; al radioterapeuta, que puso mi música favorita durante el tratamiento, y al personal de administración, que me hace sonreír cada vez que entro al hospital.

Por ello, quiero tomarme un minuto y practicar lo que enseño para agradecer a mis médicos y a sus equipos multidisciplinarios. Nunca he conocido a gente tan inteligente, buena y paciente. ¡Gracias por hacerme sentir valiente cuando a veces sentía lo contrario!

Creo que la gran mayoría podría pensar que es gracioso que alguien que enseña e investiga sobre psicología y bienestar terminara con un tumor cerebral. La verdad es que necesitamos concienciar e investigar más sobre los tumores y el cáncer cerebral. Los médicos no pueden predecir cómo se comportará mi tumor y, en realidad, ninguno puede prever cómo serán exactamente nuestras vidas. Lo que sí espero poder mostrarte es que también podemos estar agradecidos frente a los desafíos inesperados.

No quiero minimizar a quienes creen en el concepto de la lucha. Tampoco pretendo sugerir que sea fácil encontrar formas de ser agradecido en un momento de adversidad. Esto ha sido lo más difícil que he hecho en la vida. Pero sí quiero dar esperanza a aquellos que se sienten como yo, de que existe otra forma de recorrer el camino, en tanto amar a tu cuerpo no tiene que ser condicional. Practicando la gratitud, podemos programar nuestro cerebro para ayudarnos a crear resiliencia.

Y, por último, espero que todos, sin importar dónde se encuentren, a qué se dediquen o qué estén haciendo, puedan tomarse un segundo para besar su propio cerebro y agradecerle todo lo que hace por ustedes.

Fuente: un testimonio de Christina Costa publicado en el portal www.ted.com

 

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