Las vivencias traumáticas, como un terremoto o sismo de gran magnitud, pueden aumentar las tasas de problemas de salud mental. Alrededor de una de cada diez personas desarrolla algún trastorno psiquiátrico. El riesgo es mayor para quienes se encontraban en las áreas más afectadas, quienes sufrieron consecuencias negativas o si tenían ya un padecimiento. No obstante, es posible tratarlo mediante terapias breves y estratégicas de autorregulación emocional.
Fases de respuesta emocional ante un sismo
Después de haber vivido un sismo, experimentamos miedo, ansiedad, angustia, estrés e incluso tristeza. ¿Qué pasa en nuestro cerebro frente a estas situaciones?
Tras los sentimientos de miedo y angustia, tenemos la necesidad de sentirnos acompañados y de acompañar al otro.
Desde el punto de vista neuroquímico, liberamos oxitocina, una hormona que nos brinda esas satisfacciones, en un proceso en el que también intervienen las neuronas llamadas espejo que contribuyen a que entendamos el dolor de otras personas, a tranquilizarnos y hacer que los otros se sientan comprendidos.
“En la medida en que empezamos a sentirnos estresados y este estrés común nos genera ansiedad, depresión y tristeza, la única manera de liberarnos —y es algo hermoso en contraparte a lo terrible que pudieran ser los efectos de la tragedia— es que nos sentimos capaces de ayudar cuando estamos bien”, comparte el doctor Eduardo Calixto, investigador del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRFM).
El especialista mejicano en neurociencias detalla que, en crisis de este tipo, cuando más solos nos sentimos y más agraviados estamos, buscamos a otras personas que nos puedan ayudar y esto genera, a su vez, un principio de protección de la especie.
Esta situación biológica nos condiciona a ayudarnos, y a ello se suma el aspecto psicológico que nos ha dado el aprendizaje de comportarnos de cierta manera.
“Un niño aprende el miedo de ver a los demás con miedo, y hace una asociación del evento en sí con la proyección que le representan los que están a su alrededor. Cuando vamos creciendo y viendo la magnitud de lo que nos representa, esto se hace más intenso. A partir de los 13 años, este proceso representa una amenaza importante para la vida misma y hace que uno tenga el principio de huida”, añade.
¿Cómo reaccionar?
De acuerdo con el especialista, ante situaciones como esta se debe explicar abiertamente a los más pequeños lo que sucede, que estamos frente a una situación con serios problemas y sobre lo que implica ser solidarios.
“Hay que enseñarles a abrazar y tocar. Es importante que abracemos al niño para que con ello su cerebro pueda disminuir la angustia, la ansiedad y el miedo. El abrazo, un beso o la suavidad de una palabra obran milagros”, dice.
En el caso de los adultos, se recomienda hablar tantas veces como sea necesario de la situación, al tiempo de mantenerse informados, pues el desconocimiento aterra.
“Saber qué está pasando —aun en la crisis más fuerte— disminuye la tensión y es algo muy interesante porque entre menos sepamos, la vulnerabilidad del humano se aprecia más”, afirmó.
A través de ello, poco a poco iremos controlando la situación sabiendo que tenemos un techo y alimento confiable, considerando que cuando el evento es controlado, la mitigación del miedo es menor.
Fuente: un artículo publicado en el portal www.elfinanciero.com.mx
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