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Cuando el gluten ataca al cerebro

El gluten, omnipresente en nuestra dieta, podría estar detrás de muchos trastornos neurológicos: desde las migrañas al autismo, el párkinson o la depresión. Esta polémica teoría divide al mundo científico.

“¿Y, por qué nunca me lo dijo?”

María P., una paciente sevillana afectada por un agresivo trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), salió intrigada del neurólogo hace unos meses. Llevaba 15 años visitando especialistas, psiquiatras y psicólogos, y a ninguno se le había ocurrido comprobar si era celiaca. Ninguno pensó que algo aparentemente tan simple como eliminar el gluten de la alimentación pudiera cambiarle la vida.

Aquel día le contó a su neurólogo que, por recomendación de una amiga con un problema similar, había visitado a un gastroenterólogo. Tras hacerle las pruebas, le dijo que era celiaca y que esto podría tener relación con su trastorno. Así que, de la noche a la mañana, erradicó de su dieta todos los alimentos con gluten —el 80% de los procesados en la Unión Europea—, y el TOC se le suavizó de forma considerable. «Nunca me había sentido tan bien», concluyó María. «El neurólogo no le dio mucha importancia, pero me dijo que la dieta podría ayudarme —recuerda—. Es decir, él sabía que el gluten podría influir en mi enfermedad, pero nunca me lo hubiera planteado».

Lo cierto es que pocos neurólogos en España le habrían hablado a María sobre la neurotoxicidad del gluten en personas celiacas o sensibles al gluten, una variante menor de la enfermedad celiaca. Más que nada por la casuística; muy reducida. Es decir, desde 1966, cuando se describió por primera vez un conjunto de enfermedades neurológicas relacionadas con la intolerancia permanente al gluten —reunidas bajo el nombre de ‘neurogluten’—, muchas de esas dolencias solo han sido fundamentadas en casos aislados o en pequeñas series de pacientes, razón por la cual muchos especialistas no la suelen tomar en consideración. «Hay patologías neurológicas en las que el gluten desempeña un papel. Eso es indudable —dice Jesús Porta-Etessam, jefe de neurología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid—. Pero es importante delimitar entre lo que está directamente vinculado con el neurogluten y lo que es una relación casual».

Tratamiento precoz

En todo caso hay dos trastornos neurológicos relacionados con el gluten que nadie discute. La ataxia por gluten, en la que se ve afectado el cerebelo, provocando alteraciones del movimiento en dedos, manos, brazos, piernas, labios, lengua e incluso ojos. Y la neuropatía periférica, que afecta a los nervios, o prolongaciones de las neuronas, de la médula espinal, causando problemas musculares y sensoriales. «Estas dos enfermedades mejoran con dieta sin gluten, si es estricta y continuada, en la mayoría de los casos —dice el neurólogo Carlos Hernández Lahoz, estudioso del neurogluten desde hace casi dos décadas—. Ahora bien, es importante aplicar el tratamiento de manera precoz, antes de que se produzca la muerte neuronal».

Luis Rodrigo Sáez no es neurólogo, pero, al igual que Lahoz, lleva casi 20 años buceando en el neurogluten y defiende el beneficio de la dieta en algunas dolencias más. Sáez es gastroenterólogo y en su consulta ha observado mejoras en diferentes complicaciones neurológicas con solo retirar el gluten al paciente. «Hablo de unos 300 casos, algunos seguidos durante años —afirma este antiguo jefe de Servicio de Digestivo del Hospital Universitario Central de Asturias, que no duda en aconsejar—: ante cualquier trastorno neurológico, salvo casos muy avanzados, quizá, se debería recomendar la instauración y seguimiento de una dieta sin gluten, ya que se trata de un tratamiento inocuo que puede mejorar el curso clínico y la evolución de muchas de esas patologías».

La mayoría de los neurólogos, por su parte, no lo recomienda sin una asociación directa y científicamente probada entre el gluten y el problema en cuestión. «No hay que generar expectativas inadecuadas en los pacientes», opina Pablo Irimia, vocal de la Sociedad Española de Neurología. «Yo también he visto casos de cura de cáncer de manera espontánea. Los hay —añade Antonio Yusta, jefe de Neurología del Hospital Universitario de Guadalajara—. Pero en medicina no discutimos casos aislados, actuamos por demostraciones científicas».

Retroceder sin parar

A María P., sin embargo, le hubiera gustado conocer desde hace años esta conexión entre el gluten y algunos trastornos neurológicos, aunque no estuviera contrastada científicamente. «Cuántos disgustos me podría haber ahorrado —comenta esta monitora de comedor, de 34 años, que recuerda los tiempos en que su vida era un continuo retroceder—. Yo caminaba por la calle y al ver una raya o lo que fuera tenía que volver atrás. Y si no hallaba otro camino, me quedaba andando en círculos. Me costaba mucho pasar de una habitación a otra. Para todo necesitaba rituales. ¡Un horror!». Ahora bien, desde junio pasado, libre su dieta de gluten, María dejó de retroceder. «¡Ahora avanzo! Me han dado más responsabilidades en el trabajo y me he apuntado a varios cursos; tengo ganas de aprender. Sé que puedo hacerlo. ¡Incluso me he ido de viaje!», cuenta animada.

La transformación en la vida del psicólogo Javier Alonso Cimadevilla, de 57 años, también fue impresionante. Tenía narcolepsia en fase grave. «Podía pasar meses con ataques casi a diario —revela—. Me desmayaba, tenía convulsiones. Era angustiante. Las crisis eran agudas y llegué a pensar en jubilarme». Hasta que su neurólogo dejó caer la posibilidad de seguir una dieta. «Me sugirió hacer las analíticas de celiaquía, aunque no hubiera pruebas contundentes y él no acabara de creer en la relación entre el gluten y los trastornos neurológicos —rememora—. En la clínica diaria, sin embargo, me dijo, ya había visto pacientes de epilepsia y de esclerosis múltiple que habían mejorado con la dieta». Y así le sucedió a Alonso desde que, en 2004, desterró el gluten de su vida. «Nunca más tuve convulsiones ni cataplejía».

Mejoría frecuente

El neurólogo Porta-Etessam, del Clínico San Carlos de Madrid, considera que la relación que el gluten puede tener con la epilepsia o con otras manifestaciones neurológicas. «Suele ser frecuente, con la dieta, la mejoría en casos de mialgias y fatiga, y también se ha descrito en ansiedad y depresión», admite.

En los casos de migrañosos, Yusta Izquierdo conviene en que sin gluten puede mejorar la frecuencia e intensidad de las jaquecas. «Con la dieta, los fármacos para la migraña se hacen más efectivos», afirma el jefe de Neurología del Hospital Universitario de Guadalajara, que también concede beneficios para las encefalopatías.

Rodrigo Sáez, por su parte, añade patologías como neuritis ópticas, algunas formas de esquizofrenia, ciertos trastornos del espectro autista, TOC, síndrome de Tourette, algunas formas de párkinson o narcolepsia. «Hay entre un 10 y un 20 por ciento de pacientes que se podría beneficiar de la dieta sin gluten», afirma el digestólogo.

A la espera de pruebas científicas irrefutables, lo cierto es que el número de complicaciones neurológicas que responden positivamente a la dieta sin gluten ha ido creciendo con el paso del tiempo. Sin embargo, en este medio siglo de estudios sobre el neurogluten, aún no se conoce a ciencia cierta cómo llegan al cerebro y afectan el sistema nervioso central y periférico los péptidos de gliadina (la parte dañina del gluten para los celiacos). Se sabe que penetran en el organismo por un aumento en la permeabilidad de la barrera intestinal, pero ¿cómo pasan de la corriente sanguínea al cerebro?

«El cerebro está protegido frente a elementos que circulan por la sangre por la barrera hematoencefálica —explica Hernández Lahoz—. Pero en el caso de personas sensibles al gluten, por mecanismos no bien conocidos, dicha barrera no desempeña de manera eficaz su papel». Es decir, los anticuerpos generados se cuelan en el cerebro «favoreciendo la aparición de diversas enfermedades neurológicas», explica Rodrigo Sáez. El digestólogo, por cierto, enfatiza la inocuidad de la dieta sin gluten, un conjunto de proteínas de escaso valor energético. «No se le conoce ningún valor positivo -subraya-, salvo que ayuda a fabricar pan más esponjoso e hinchado».

Seguidamente y a modo de ejemplo, revisemos la clínica de algunos casos concretos que ilustran estas investigaciones.

Andrea Fernández, 15 años (diagnóstico: migrañas)

«El recuerdo que tengo de mí misma es el de una niña que lloraba todo el rato. Me presionaba la cabeza con las manos porque sentía como si me fuera a explotar. Y lloraba, lloraba, lloraba… Otro recuerdo recurrente: estar siempre en el médico. Todas las semanas. Desde los seis años tenía jaquecas muy fuertes. ¡Cuántas veces llamaron a mi madre para que me recogiera en el colegio porque el ruido del comedor me desencadenaba accesos de migraña! Y lo mismo en los cumpleaños. Los chillidos de tantos niños juntos me resultaban dañinos. Así que, para mí, la fiesta duraba poco. Acababa en la cama… y en la oscuridad porque la luz tampoco me ayudaba cuando me atacaban esos dolores de cabeza. El barullo, en todo caso, no era el único detonante. También el estrés. Cuando se acercaban los exámenes, aparecían las jaquecas. Bueno, la verdad es que tampoco hacía falta una razón para desatar las migrañas. Bastaba con ponerme a leer, que es algo que me encanta. Ahora da gusto contar todo esto en pasado. Fueron ocho años de sufrimiento. Desde noviembre no pruebo nada con gluten y ya no tengo jaquecas. ¡Me siento feliz! Tuve que hacer dos veces la biopsia duodenal. La primera dio baja sospecha de celiaquía, pero el resultado de la segunda salió positivo. Creo que, por fin, he solucionado mi problema».

Azucena Álvarez Álvarez, 62 años (diagnóstico: ataxia cerebelosa)

«Tengo un restaurante y siempre he sido muy activa, pero con 55 años mi vida cambió. Pasé a caminar mal, yendo hacia los lados, y cayéndome. Perdí la fuerza en las manos y me costaba mucho sujetar las cosas. El bolígrafo no me obedecía: no conseguía escribir. Cuando lo lograba, apenas tenía control sobre mi letra. Hablar también era muy difícil. Nadie me entendía. Un año más tarde estuve ingresada durante cuatro días, descubrieron la celiaquía y me diagnosticaron ataxia cerebelosa. Desde entonces, aparte de no consumir gluten, ni siquiera puedo entrar a la cocina de mi restaurante. Con inhalar el polvillo de los rebozados ya me pongo mala. Dejar de trabajar ha sido muy duro, pero he mejorado. Hablo mejor, camino mejor y sin ayuda, aunque todavía haga eses; ya no arrastro los pies, los levanto. No tengo mareos ni vómitos y he dejado de toser. En fin, quién lo iba a decir, que a mí la harina me hiciera tanto daño».

Miguel Más Castalá, 69 años (diagnóstico: síncopes de origen no cardiaco)

«Imagínate la situación: de los 40 hasta los 62 años desmayándome a menudo. Empezaba con un ardor en el estómago, me ponía a sudar y me faltaba el aire. Enseguida venía un fuerte dolor en el pecho izquierdo y me caía al suelo. Así varias veces al mes, durante 22 años. ¿Te lo imaginas? Todos los que trabajaban en la ambulancia me conocían, y también en el hospital. Ningún especialista supo decirme qué me provocaba los síncopes. Los cardiólogos descartaron un problema de corazón. Los neurólogos me hicieron escáneres, tomografías, de todo, y nada. Fui a gastroenterólogos: me revisaron y no llegaron a ninguna conclusión. Con 63 años, le dije al cardiólogo que ya no podía seguir viviendo así. Me derivó al doctor Luis Rodrigo Sáez, que me hizo una biopsia duodenal y, finalmente, me dio un diagnóstico: intolerante al gluten. Hace seis años que hago dieta sin gluten: son seis años sin ardores, sin dolores de pecho y, por supuesto, sin desmayos».

Alonso Chimeno Cienfuegos, 4 años (diagnóstico: encefalopatía epiléptica con retraso psicomotor grave)

«Mi hijo era como un muñequito de trapo. No sonreía, no reaccionaba, no fijaba la mirada, no prestaba atención, no tenía ningún movimiento voluntario; lloraba mucho. Con un año, nos dimos cuenta de que cada vez que tomaba la papilla de cereales sufría convulsiones muy fuertes. Aunque las pruebas de celiaquía daban negativo y los médicos nos decían que tenía que comer cereales, le retiramos el gluten y paró de llorar y de sentir dolores, empezando a fijar un poco su atención, a mover las piernas y a escucharnos. Veíamos los avances, pero como no queríamos que tuviera carencias nutricionales volvimos, por recomendación médica, a la dieta normal. Y así estuvimos, yendo y viniendo con la dieta sin gluten hasta que la adoptamos de forma permanente. En los últimos seis meses está más curioso, más atento, más alegre. ¡Suelta carcajadas! Empezó a repetir sonidos, a interactuar; y a hacerlo incluso con picardía. La evolución es tremenda. No necesito un papel que me diga que el gluten le sienta mal. Yo lo veo».

Qué implica eliminar radicalmente el gluten de la alimentación

Vivir sin gluten significa excluir de la dieta el trigo, el centeno, la cebada y, muchas veces, la avena. De entrada se trata de renunciar a cuatro apetitosas ‘P’: pastas, panes, pasteles y pizzas. Los chocolates tampoco están permitidos, a no ser que el fabricante muestre con claridad que no contiene gluten. Para los celiacos y personas sensibles al gluten, la lista de prohibiciones es larga, porque cuando un alimento no contiene este conjunto de proteínas entre sus ingredientes, puede haber sido añadido como aditivo o se ha colado en el proceso de fabricación. Es decir, hay que estar atentos a todo, incluidos las bebidas —café, té, infusiones, cerveza, licores de frutas…—, embutidos, quesos, conservas, patés y dulces en general.

Fuente: un artículo de Priscila Guilayn para www.xlsemanal.com

 

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