“El cerebro del ser humano es una estructura que no nace madura; está en constante evolución y se considera que puede terminar su maduración plena hacia los 20 o 25 años de edad”, afirma el neurólogo Leonardo Palacios Sánchez, profesor y decano de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario.
Es más, el cerebro del adulto tiene múltiples capacidades de ser modificado por diferentes experiencias a las cuales es sometido. Este concepto se conoce como plasticidad neural o cerebral y hace que, por ejemplo, una persona de cualquier edad que quiera aprender a hablar mandarín pueda hacerlo y que su cerebro presente modificaciones.
No obstante, para un niño este proceso será más fácil, porque “en las primeras etapas de la vida, el cerebro es más plástico y tiene mayores posibilidades de ser moldeado”, explica el doctor.
Al exponer al menor a las nuevas tecnologías, este va a tener una serie de cambios en el cerebro. Sin embargo, no es cierto que los niños nazcan con un “nuevo chip”, sino que la carga genética y el medio en el que se desempeñan influyen decisivamente en su desarrollo de destrezas y habilidades relacionadas con el manejo de nuevas tecnologías.
Por lo tanto, el cerebro del pequeño que nunca ha tenido contacto con la tecnología va a ser muy diferente a aquel que sí ha tenido la experiencia.
Comenta el doctor Palacios que hace algún tiempo se hizo una experimentación con ratas de la misma camada: “La mitad tenían laberintos y recibían recompensas por su actividad; las otras estaban en un ambiente empobrecido (en una caja de cartón, con poca iluminación y alimentación, y cero estímulos). Al final de este proceso –que tomó entre cuatro y cinco meses–, los animales fueron sacrificados para compararlos; el cerebro de los que fueron estimulados pesó el doble de aquellos que estuvieron en un ambiente pobre”.
El neurólogo estadounidense Gary Small, Director del Centro de Investigaciones en Memoria y Envejecimiento de la Universidad de California (UCLA) y quien investiga las modificaciones de las estructuras cerebrales al usar internet, elaboró un estudio con voluntarios entre 55 y 76 años de edad. Ellos fueron evaluados con pruebas de resonancia magnética mientras navegaban por la red, a partir de lo cual se concluyó que esta actividad fortalecía los circuitos neuronales.
Otros científicos e investigadores opinan lo contrario. Martha Lucía Miranda, neurosicóloga –no neuróloga–, señala que “mucha gente cree que con la tecnología se van a tener niños más inteligentes, y no es así; no hay mucha diferencia entre aquel que usa tecnología y quien no lo hace”. Según ella “en el cerebro no se van a generar desarrollos extraordinarios por estimularlo tecnológicamente”. Es decir, no se modifica el cerebro, solo se facilitan procesos.
Una nueva generación
A quienes nacieron después de los ochenta se les llama “nativos digitales”; pertenecen a la generación ‘M’ (multitask o multitarea), ‘N’ (net generation) o ‘Z’, y son aquellos que están conectados todo el tiempo con elementos tecnológicos, tienen habilidades de comunicación diferentes y posibilidades de crear “nuevas conexiones” muy rápidamente, señala Palacios.
Para Small, los inmigrantes digitales (que nacieron antes de los ochenta y aprendieron a usar las tecnologías) son personas que realizan tareas por pasos y son más lentos tecnológicamente hablando. Los nativos digitales suelen ser más rápidos en sus decisiones y manejan velozmente la información proveniente de diferentes fuentes, en forma simultánea.
¿Cuál es entonces el límite?
La neurosicóloga señala que la tecnología es enriquecedora para el desarrollo si el cerebro recibe estímulos de tipo auditivo, de aprendizaje, sensorial y motor.
Pero resulta negativa cuando se usa en exceso. Según el investigador Small, las aptitudes del contacto personal, como hablar cara a cara, pueden disminuir si una persona pasa diez o más horas por día frente al computador.
Además, si la estimulación es frecuente y no tienen ningún tipo de actividad mental, sino mecánica, sucede que esta “no está llegando al prefrontal: la corteza cerebral que nos permite mover una química de esfuerzo”. De hecho, “esos chicos tienen menos capacidad de concentración para actividades académicas y mayor dificultad para conectarse con el mundo, porque son menos conscientes de los demás y de las relaciones”.
Por otra parte, los niños menores de ocho años de edad nunca deberían usar celulares, según apunta el Consejo Nacional de Protección Radiológica de Gran Bretaña.
Además, el neurólogo dice que “se debe restringir su uso al mínimo entre los nueve y los catorce años, y en lo posible sustituir buena parte de las llamadas por el envío de mensajes de texto. Incluso, el Parlamento Europeo desalienta la fabricación de teléfonos celulares con detalles especiales para llamar la atención de los niños, por entenderse que su uso puede producir daños neurológicos”.
No obstante, también existe una investigación –hecha durante treinta años–, según la cual no se evidencia relación entre el uso del celular y el cáncer de cerebro. “No detectamos ningún cambio claro en las tendencias a largo plazo en la incidencia de tumores cerebrales entre 1998 y 2003 en ningún subgrupo”, escribieron Isabelle Deltour y sus colegas de la Sociedad Danesa del Cáncer.
El cerebro del futuro
El doctor Leonardo Palacios dice que es posible que el cerebro del futuro tenga conexiones distintas a los de quienes no somos nativos digitales. “Yo pensaría que puede ser una ventaja para ellos, porque es un cerebro que está mejor conectado que el nuestro”, concluye.
Para el investigador estadounidense, es posible que a futuro se puedan monitorear y estimular, de manera individual, las células del cerebro e, incluso, tener chips que se conecten entre los ordenadores y el cerebro.
¿Los videojuegos causan epilepsia?
Esta es una pregunta que muchos padres se hacen y que hace años se ha venido investigado. Leonardo Palacios, neurólogo de la Universidad del Rosario, dice que la epilepsia por fotosensibilidad la pueden producir la televisión, los videojuegos, el cine, etcétera; pero está descrito que no tiene nada que ver con la tecnología como tal, sino con una intensidad de luz inadecuada.
Es decir, “no es como tal una enfermedad, sino un factor desencadenante en un niño susceptible que tiene una forma de epilepsia y, ante determinados tipos de estímulos sensitivos visuales que tienen una frecuencia de onda determinada, se desencadenan convulsiones. Es causada a partir de la luz que se emite y no del aparato tecnológico en sí”.
Fuente: abcdelbebe.com
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