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Al cerebro le gusta jugar

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Al cerebro le gusta jugar

La historia de la ciencia y la técnica puede relatarse como un intento deliberado y maravillosamente exitoso por hacer que la vida humana sea más cómoda. Desde la proverbial chispa que​​ se encendió frotando ramas y piedras, hasta el​​ iPhone, la ciencia y la técnica se han dedicado a producir herramientas y métodos para que la satisfacción de necesidades y deseos sea un proceso cada vez más expeditivo y, en última instancia, más fácil. Pero todos estos éxitos han acarreado también un costo enorme.

La facilitación y la automatización han reducido el esfuerzo físico o la necesidad de conocimientos complejos, hasta casi hacerlos desaparecer. Por ejemplo, la mecánica automotriz, ferroviaria y aeronáutica, nos ahorra tener que caminar, cabalgar o navegar para trasladarnos a sitios lejanos. La evolución de las telecomunicaciones torna obsoletas, en muchos casos, la lectura y la escritura cotidianas, que fueron en su momento, el medio privilegiado​​ de recibir y producir noticias. La caligrafía y los conocimientos gramaticales han perdido terreno frente a la taquigrafía electrónica y los emoticonos. Las cadenas de producción y distribución de alimentos, construidas en base a la ingeniería de transportes y comunicaciones, han eliminado, casi por completo, las prácticas y los conocimientos de agricultura en zonas urbanas y suburbanas, e incluso han dejado en desuso muchas cocinas hogareñas.

Hemos pasado a ser víctimas de nuestro propio éxito. La facilidad con que logramos extraer nutrientes de casi cualquier recurso natural y la eliminación del esfuerzo físico en los traslados, han contribuido a la creación de una epidemia de obesidad, enfermedades cardiovasculares y cáncer. Varios estudios recientes incluso señalan las desventajas de la limpieza excesiva. La ausencia de exposición a alérgenos, especialmente en países desarrollados, parece estar produciendo poblaciones hipersensibles a alergias de todo tipo. La paradoja de las diversas crisis de salud pública y de calidad de vida que surgen de la estrategia de facilitación y automatización, es que estos son precisamente los problemas que la ciencia y la tecnología se han propuesto resolver.

La valoración de la comodidad no solo nos ha tornado, en muchos casos, en seres menos saludables y educados. Ocurre también que este grado de comodidad nos ha hecho más tontos. Nos hemos vuelto menos capaces de aprender nueva información o de realizar procesos de análisis complejos.​​ Nuestro consumo de información se ajusta con creciente comodidad a nuestros prejuicios e inclinaciones sociales, culturales y políticas.​​ Las nuevas​​ tecnologías​​ nos permiten evitar toda incomodidad intelectual e​​ ideológica al describir la realidad. Estas mismas herramientas reducen nuestra interacción social a ejercicios lingüísticos en medios digitales y garantizan, a la larga, cierto grado de ineptitud social.

La eliminación sistemática de desafíos intelectuales y físicos supone también la erosión de oportunidades de aprendizaje, y puede acarrear consecuencias críticas. No se trata meramente de un juicio de valores acerca de la importancia de la educación: hay también un correlato neurocientífico.​​ 

Una de las cosas más importantes que hemos aprendido en las últimas décadas de neurociencia es la importancia del ejercicio mental constante, cuya forma más primaria es el aprendizaje de habilidades prácticas y conceptuales. Al aprender cosas nuevas, el​​ cerebro​​ no solo​​ refuerza y fortalece circuitos existentes, sino que también genera nuevas conexiones neuronales y modifica la arquitectura neuronal.​​ El acto de aprender​​ construye nuestro cerebro. Este fenómeno, la neuroplasticidad, es tan solo uno de los numerosos mecanismos neurológicos que ejercen un efecto fundamental sobre la salud física y mental y, en última instancia, sobre el bienestar. Aprender nuevos idiomas, recibir educación musical, adquirir habilidades que requieran motricidad fina, aprender a bailar, leer novelas, o deliberar y debatir ideas complejas o nuevas tienen una función esencial, si lo que buscamos es el florecimiento individual y social.

La pregunta que tenemos que hacernos es qué tipo de cosas valoramos y, sabiendo lo que sabemos, qué tipos de prácticas y tecnologías guardan conformidad con nuestros valores. Esto significa también revaluar los principios que guían nuestras prácticas económicas, políticas y sociales. Con el concepto de valores no me refiero a nuestros compromisos religiosos o morales (aunque estos puedan estar presentes en la forma en que construimos valores), sino a los elementos que, como comunidad humana, valoramos. Si lo que queremos es promover nuestras aspiraciones intelectuales, el bienestar​​ físico o la salud pública, es necesario promover cierto grado de incomodidad y desafío.

Muchas comunidades en todas partes del mundo han empezado a hacerse eco​​ de que​​ la comodidad puede ser una forma de opresión. Proyectos de agricultura urbana, la recuperación de la vida de barrio, el resurgimiento de la bicicleta como medio de transporte diario o el interés por la rehabilitación de la producción artesanal, parecen indicar que la comodidad y la facilidad —en tanto valores políticos, sociales y económicos— están siendo objeto de cuestionamiento.

En este sentido, quienes están definiendo las políticas sociales y económicas o el desarrollo científico y tecnológico,​​ deberían pensar en promover tecnologías capaces de incluir en su repertorio pedagógico la dificultad y el desafío como elementos que ayuden a mejorar la habilidad mental y física de las comunidades que las usan.

¿Por qué querría el ciudadano común, su gobierno o el sector empresarial promover la dificultad y el desafío? La respuesta puede ser relativamente simple, pero tiene que cambiar el paradigma de consumo. Al ser humano le gusta jugar, y es en la actitud de juego, donde el cerebro activa mecanismos de​​ recompensa cuando ganamos. Si no se juega, no se puede ganar y las victorias fáciles, como hacer fuego con un fósforo, no deparan el momento de placer y sorpresa que siente uno cuando, por primera vez, aprende a hacer fuego frotando una rama con una piedra.

Fuente: un artículo de​​ Martin Gak publicado en​​ es.weforum.org

 

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