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«La magia» de los Reyes Magos

De cara a celebrar la tradición de los Reyes Magos en medio de esta prolongada pandemia, seguro que muchos recuerdan con enorme nostalgia esa noche mágica —dulce epílogo de la Navidad— en la que era tan difícil quedarse dormido. ¿Se harían realidad finalmente todos nuestros deseos por la mañana?

Yo solía ponerme muy nerviosa, tanto que en una ocasión llegué a ver en el pasillo de casa a una de sus majestades los Reyes. ¡Y entré en pánico! Lo había visto, así que ahora no me dejaría nada…

Por suerte, debió ser un mal sueño, porque sí me dejaron los Lego que había pedido, no sin antes comerse el turrón, beberse un sorbito de leche, y los camellos toda el agua que mis padres y yo les habíamos preparado.

Por si acaso, sigo acostándome pronto la noche antes de Reyes, no vayan a encontrarme despierta y pasen de largo.

¡Santa inocencia! ¿Por qué creemos y luego dejamos de creer? La respuesta radica en el pensamiento mágico.

Pensamiento mágico

Podemos conocer cómo piensa otra persona a través de lo que dice y de lo que hace. La observación de la expresión del lenguaje y del juego, y cómo cambian a lo largo del tiempo, nos permiten intuir cómo es el proceso mental de los niños.

Desde que empieza a adquirir el habla, hasta que llega a la edad del «uso de la razón», el niño vive una etapa del neurodesarrollo en la que sus procesos mentales están dominados por lo que los adultos llamamos fantasía. Es la etapa del pensamiento mágico que, aunque muy variable para cada niño, sucede entre los 2 y los 7 años de edad.

Son muchos años en los que suceden muchas cosas —¡los niños de dos años son muy distintos a los de siete!—. Intentar explicar a fondo cada cambio supera la extensión de un artículo corto, y probablemente su paciencia como lector, así que trataré de resumirlo de forma general.

 

En este período se produce un progresivo dominio del lenguaje. La expansión de su vocabulario le permite nombrar las cosas y de esta forma empieza la etapa en la que va a ir descubriendo y conociendo el mundo. Empieza a nombrar lo que ve, lo que oye, lo que hace.

Aunque el niño ya comprendía su entorno, se lo representaba en su mente únicamente a través de sus sensaciones. Ahora el lenguaje le permite incorporar además conceptos no tangibles que enriquecen y hacen más compleja su imagen mental del mundo. Es el lenguaje la herramienta que posibilita la memoria y la imaginación —recordar el pasado y anticipar el futuro—, ordenar las ideas para transmitirlas y dejar que las ideas de los demás maticen las nuestras. Con el lenguaje el niño puede empezar a intercambiar sus ideas con las de otros, empieza la socialización y con ella la adquisición de la cultura.

En esta edad «mágica» irá adquiriendo las habilidades necesarias para conseguirlo, pero aún le queda mucho para pensar como un adulto.

Hemos dicho que el niño primero asimila lo que aprende nombrándolo y así empieza a construir sus propios conocimientos, pero sobre todo sigue guiándose por lo que percibe a través de los sentidos. Podríamos decir que su cerebro está acostumbrado a pensar en «concreto» y aún no sabe —ni puede— pensar «en abstracto». Ese pensar «en concreto» es lo que caracteriza sus procesos mentales.

  1. Egocentrismo (todo lo que piensa, hace y dice está impregnado de subjetividad)

El mundo es lo que el niño idea en su cabeza y no concibe el punto de vista de los otros.

A menudo parece desconectado de la conversación, monologa más que dialoga. Es espontáneo, habla de sí mismo y de sus «ocupaciones» mentales. Habla sobre todo de hacer y de moverse, y acompaña sus palabras de gestos y acción.

En esta simbiosis entre hablar y actuar cree que las palabras pueden transformar su entorno —son mágicas—, y que la simple expresión de sus deseos hará que se cumplan.

En definitiva, en esta etapa el niño usa el lenguaje mayormente para integrarse en su entorno, todavía no tiene conciencia de que también sirve para recibir y transmitir información. Poco a poco su lenguaje irá adquiriendo un rol más social, comprenderá que el otro tiene otros puntos de vista que pueden modificarse e influenciarse con la conversación.

  1. Animismo (los objetos tienen capacidad y motivos para actuar)

Como consecuencia de su proceso mental subjetivo, el niño cree que las cosas, los juguetes, los seres inanimados tienen las mismas motivaciones que él, y así explican el mundo: «el Sol se va a dormir porque está cansado», «la mesa es mala porque me ha pegado»…

  1. Causalidad por casualidad (la percepción sigue dominando su proceso mental)

El momento madurativo de su cerebro y las capacidades adquiridas hasta ahora son aún insuficientes para desarrollar un pensamiento lógico —abstracto—, en tanto siguen dominados por lo concreto.

Los sentidos nos engañan, sin un pensamiento analítico aún seguiríamos pensando que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra o que nuestro pulgar es más grande que la montaña porque nos la tapa de la vista si lo ponemos delante.

Las cantidades son concretas: entre cinco monedas de 1 centavo o una moneda de 1 dólar, escogerá las cinco monedas «porque son más».

El tamaño importa: llenamos de agua un vaso bajo y luego vertemos el agua de este vaso en otro más alto; el niño pensará que el más alto tiene más agua.

Aunque le hagamos ver que la lógica no es esa, su cerebro aún no ha madurado lo suficiente para comprenderlo y en futuras ocasiones cometerá siempre el mismo error.

Los Reyes Magos

Es fácil comprender que los Reyes Magos funcionan porque tienen todos los ingredientes para encajar en estos mecanismos del pensamiento mágico: satisfacen los deseos expresados en una carta, en una noche pueden recorrer el mundo, el valor de los regalos es el que tienen sus deseos…

La ilusión, la inocencia, los recuerdos y el futuro… yo no quiero dejar de creer.

Pero como soy una adulta, comprendo que no basta con el deseo para que las cosas sucedan: hay que trabajar para conseguirlas. En eso estamos.

Construyamos un buen año para todos, empezando por nuestros niños. Y si ahora todo nos resulta más cuesta arriba, sigamos la estrella de la esperanza y busquemos el camino posible para no perdernos, no detenernos, ni dejarnos embaucar por el desánimo. ¡Vamos, que se puede!

Fuente: un texto publicado en el portal de neuropediatra.org

 

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