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La vocación hace al enfermero

Cada 12 de mayo se celebra el Día Internacional de la Enfermería, fecha que recuerda y pone de manifiesto la invaluable tarea de aquellos profesionales a quienes la sociedad identifica como “Ángeles blancos”, en tanto se encargan en su trabajo cotidiano de procurar la salud del enfermo así como de la encomiable labor de salvar sus vidas.

El Consejo Internacional de Enfermería (ICN) ha celebrado este día desde 1965. En 1953 Dorothy Sutherland, una funcionaria del departamento estadounidense de salud, educación y bienestar, propuso al entonces presidente Dwight D. Eisenhower proclamar un “Día de la Enfermería”, pero este no lo aprobó.

En enero de 1974, se tomó la decisión oficial de celebrarlo cada 12 de mayo, al ser este el aniversario del nacimiento de Florence Nightingale, considerada la creadora de la enfermería moderna.

Seguidamente, resumimos una reseña publicada el pasado mes de enero por el portal mejicano La Vanguardia, que recoge conceptos y testimonios relevantes de una actividad para muchos subvalorada, a pesar de que su acción está vinculada en forma plena a una fuerte vocación de servicio.

 

Ellos sufren igual que sus pacientes

Las enfermeras y enfermeros utilizan la mente, corazón y manos en su labor diaria.

La mente es el conocimiento científico para desempeñarse, el corazón es el que entregan al dar amor y lo mejor de sí a cada uno de sus pacientes, y las manos son el medio para poder hacer las acciones en beneficio de sus enfermos.

La enfermería es una profesión que las personas que la ejercen aseguran es una vocación; algo connatural que viene desde el nacimiento y que se va perfeccionando a través de los años con el apoyo de los estudios y de las nuevas tecnologías.

La función de un enfermero es fundamental en el trato de los pacientes en un hospital y esencial para el trabajo de los médicos. Por sus cuidados y esmeros se convierten en ángeles de la salud.

 

El mejor de todos: ecos de una historia de servicio

El Instituto Mejicano del Seguro Social cuenta con un enfermero ejemplar, un hombre que desde el año de 1998 se encuentra llevando amor, motivación y sonrisas a sus pacientes.

Jesús Armando Seca Ríos es enfermero supervisor de salud pública a nivel Estado. Este profesional comenzó su vocación tras ver morir a su madre por cáncer.

Aun y cuando su padre le negaba el iniciar sus estudios –pues no era bien visto que un hombre cursara la carrera de enfermería–, luchó contra viento y marea, consiguió una beca con la directora de su escuela de enfermería en Parras de la Fuente, y ahí decidió que no sería un enfermero del montón, sino el mejor de todos.

Tras sufrir la pérdida de su madre, Seca se ha identificado de modo natural con las pacientes que padecen esta enfermedad. Al respecto nos cuenta:

“Una vez en Piedras Negras atendí a una señora con cáncer con quien solía platicar. Un día llega a urgencias y me dice ‘quiero descansar’, a lo que le respondí: ¿confías en mí? Ella me respondió: ‘Sí, Chuy’. Yo le pedí que cerrara sus ojos, y ella murió en mis brazos… fue algo muy bonito. Sus hijos me agradecieron mucho porque me decían que su madre no sabía cómo dar ese paso… es muy difícil para una persona afrontar la muerte”, comenta conmovido.

Asegura que los enfermeros perciben el deterioro del paciente y saben cuándo morirá; muchos de ellos no mueren no porque no quieran, si no por el miedo a la muerte.

“Tienes que enseñarlos a dar ese paso, brindarles esa seguridad; más todavía cuando como enfermero te has ganado ese cariño y esa confianza”, nos dice.

En definitiva, la actitud de un enfermero hacia sus pacientes es motivadora y puede cambiar incluso el estado de salud de los enfermos, pues muchos sufren problemas fuertes y se desahogan con ellos dado que en ocasiones la familia está cansada, desesperada y sin tiempo ni ganas para escuchar sus aflicciones.

Tenemos que ser humanos, entenderlos, saber por qué están ahí. Hay pacientes que tienen dinero y te regalan un peluche, un detalle, algo; mientras que hay otros tantos que no tienen recursos. Silvia, una paciente de hemodiálisis me dice: Yo quisiera regalarte algo’, mientras se le escapan las lágrimas. Yo le respondo, no Silvia, lo más bonito es esto, el cariño que tú me das” –recuerda emocionado–, al tiempo que afirma que su mejor paga será siempre el cálido reconocimiento de sus pacientes.

Cuando un enfermero es capaz de brindar seguridad al paciente, atraviesa su mejor etapa”, asegura Jesús Armando Seca, quien a sus 43 años, con 24 años de servicio, admite también que las escenas más desgarradoras que ha debido enfrentar en esta profesión están vinculadas con la atención a niños, sobre todo a los prematuros.

“Una vez canalicé a un prematuro. Salí llorando inevitablemente de la sala. Mi jefa me preguntó la razón por la que lloraba; yo solo le comenté que para mí se trataba de un ser frágil e indefenso que no ha vivido, y que sin embargo sufre en demasía. Eso es lo que siempre me ha impactado más, porque un adulto ya vivió, tuvo una vida, supo lo que era vivir de buena o mala manera. Dios no nos castiga, nos da ejemplo de vida y nos dice qué cambiar, pero a los niños, no”.

 

Una vocación familiar

Los expertos describen que la vocación hace a un enfermero. Lucía Griselda Salazar García, gestó su vocación como un juego. Cuando niña, era cuidada por una vecina de su madre quien se dedicaba a la enfermería; ella solía acompañarla diariamente al hospital, y le gustaba mucho hacerlo puesto que mientras visitaba a los pacientes, conversaba con ellos y jugaba a ser su doctora.

Al provenir de una familia de médicos y enfermeras siempre sintió la inclinación de seguir esta profesión; sin embargo, este impulso se tornó cada vez más fuerte cuando llegó la hora de estudiar. Fue así como eligió ingresar a la Escuela de Estudios Técnicos de Enfermería, hecho que se sucedió tras la muerte de su padre. Paralelamente al estudio de su carrera, Lucía comenzó a laborar en un nosocomio.

“Me encanta ser enfermera porque cuidar a un paciente y darle lo mejor de uno mismo es sin duda lo más bonito: no lo cambiaría por nada del mundo”, comenta convencida, al tiempo que afirma que su rol es el de ser ángeles blancos que van ayudando a los más necesitados de salud.

La egresada de enfermería hace 33 años atrás, asegura que la muerte de cualquier paciente es impactante, pues los enfermeros y enfermeras, aunque no lo parezca, no son insensibles a las pérdidas aun y cuando estas seas ajenas.

“Una muerte –ya sea de un bebé o de un anciano– es lo peor; no somos de piedra y compartimos el dolor con la familia y el mismo paciente;  se nos hace difícil porque nosotros hacemos todo lo posible para que haya un alivio”, señala.

Salazar añade que la evolución de la enfermería a través de los años ha permitido la incorporación de numerosos tratamientos favorables para los pacientes. Estos cuidados han colaborado en forma notable a mejorar la situación y calidad de vida de los enfermos.

“Hay quienes estudian porque quieren vestirse de blanco y circular por los pasillos de un hospital, o por darle el gusto al papá o la mamá. La enfermería es otra cosa. Me gustaría que la gente que estudie esta carrera lo haga por vocación y no por compromiso”, concluye.

 

Fuente: un artículo de Lidiet Mexicano para vanguardia.com.mx

 

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