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Cómo el estado de ánimo materno da forma al cerebro en desarrollo

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Salud, atletismo, inteligencia, enfermedad: los rasgos que nos hacen ser quienes somos provienen de la interacción entre los genes que heredamos y el entorno al que estamos expuestos. Y esos efectos ambientales comienzan incluso antes de que nazcamos. Gracias a estudios de larga duración que rastrean a la descendencia desde el útero hasta la edad adulta, sabemos que fumar durante el embarazo está relacionado con el bajo peso al nacer, que beber alcohol puede causar defectos cardíacos o trastornos articulares, y que una mala alimentación aumenta las probabilidades de que un niño sea obeso de adulto.

Pero, ¿qué pasa con la salud mental de una madre? Hasta hace poco, los investigadores pensaban que esto tenía un efecto solo después del nacimiento: que si el deficiente bienestar emocional de una madre conducía a una crianza negligente o abusiva, aumentaba el riesgo de que su hijo sufriera afecciones psicológicas como depresión, trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), ansiedad u otras condiciones. Pero la salud mental de una mujer es una parte integral del entorno de su feto, explica Catherine Monk, psicóloga médica de la Universidad de Columbia en Nueva York. Y un creciente conjunto de pruebas muestra que la salud psicológica de una mujer embarazada puede influir en la de su hijo.

Monk comenzó a trabajar con pacientes embarazadas al principio de su carrera clínica, y ha pasado más de 20 años investigando los efectos del estrés, la depresión y la ansiedad materna en los hijos. Recientemente, fue coautora de un trabajo publicado en la Revisión Anual de Psicología Clínica que describe los mecanismos mediante los cuales el estado mental de una madre puede moldear el cerebro en desarrollo de su feto.

Monk habló con la revista Knowable sobre la evidencia existente hasta el momento y por qué ve este vínculo entre una mujer y la salud mental de su hijo como una excelente oportunidad para la atención preventiva, y no como un motivo para culpar a mamá. Esta conversación ha sido editada dada su extensión y para brindar mayor claridad en los conceptos contemplados.

¿Cómo intentó estudiar por primera vez si el estado mental de una mujer puede afectar a su feto?

Les hicimos a varias mujeres embarazadas —en el laboratorio— una prueba de coincidencia de colores y palabras. Es un desafío cognitivo muy estándar: cuando lo enfrentamos, todos nos ponemos un poco nerviosos y mostramos un aumento en la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Pensamos que veríamos que los fetos también responderían con un cambio en la frecuencia cardíaca, pero no vimos nada estadísticamente significativo para estas mujeres cuando se agruparon los resultados.

También habíamos recopilado información sobre cuán ansiosas estaban estas mujeres, utilizando sus respuestas a un cuestionario estándar. Cuando separamos los datos por grupos de ansiedad baja versus ansiedad alta, vimos que los fetos de mujeres que no estaban muy ansiosas no mostraron ningún cambio en la frecuencia cardíaca. Pero los fetos de mujeres que estaban más ansiosas tenían una frecuencia cardíaca aumentada en respuesta a la tarea estresante. Eso sugiere que estos fetos, aunque reciben sonidos similares y estímulos de sus madres como el otro grupo, responden de manera diferente.

Si la frecuencia cardíaca de un feto cambia más en respuesta a las señales de su madre, ¿cómo se correlaciona eso con un mayor riesgo de ansiedad o TDAH?

En un estudio posterior, encontramos que una frecuencia cardíaca reactiva en los fetos de madres con depresión prenatal se asociaba con una menor conectividad entre dos regiones del cerebro conocidas como la amígdala y la corteza prefrontal. La amígdala es una parte de los circuitos cerebrales involucrados en la regulación de las emociones, en la detección y experiencia de respuestas al estrés. La corteza prefrontal participa en el control del comportamiento, el habla y el razonamiento, y puede amortiguar la reactividad de la amígdala a los estímulos.

Entonces, la idea es que, incluso desde el principio, los bebés de madres más deprimidas tienen menos conexión en su cerebro entre la amígdala y la corteza prefrontal, lo que puede ser un signo temprano de un menor control cognitivo sobre las emociones. Otros laboratorios están mostrando vínculos similares entre la alteración del estado de ánimo en mujeres embarazadas y este debilitamiento de las conexiones entre estas dos partes del cerebro. También es algo que vemos en estudios experimentales con animales.

¿Cómo se comunica al feto el estado mental de ansiedad o depresión de una madre?

Tenemos algunas piezas del rompecabezas. Las hormonas son un mecanismo importante. Sabemos por estudios en animales que la exposición a niveles atípicamente altos de cortisol, la hormona esteroide del estrés —en el útero— se asocia con una mayor actividad en la amígdala de la descendencia después del nacimiento. Estos animales muestran un comportamiento más parecido al de la ansiedad.

También hay muchos datos de estudios en humanos. Por ejemplo, en un estudio de mujeres que esperaban someterse a una amniocentesis, los investigadores encontraron que si se compara el nivel de cortisol en el plasma de una mujer con el del líquido amniótico (eso es a lo que está expuesto el feto), existe menos correlación en las mujeres que están menos ansiosas. Esto sugiere que algo en la ansiedad materna está asociado con el funcionamiento diferente de la placenta, lo que puede afectar la cantidad de cortisol que llega al líquido amniótico. Ese es uno de los desafíos de esta investigación: puede que no importe exactamente cuánto cortisol hay en la circulación de la mujer, sino a qué nivel está expuesto el feto a través de la placenta y el líquido amniótico.

Varios grupos, incluido el nuestro, han descubierto que hay una enzima en la placenta cuya función es desactivar el cortisol a medida que atraviesa la placenta, y el funcionamiento de esta enzima varía según los niveles de ansiedad de las mujeres. En los humanos, la ansiedad materna parece estar asociada con un “apagado” del gen que controla esta enzima protectora para que llegue más cortisol al feto en desarrollo. Esta exposición a niveles atípicamente altos de cortisol se asocia con una menor formación de células nerviosas y diferencias en la forma en que las neuronas migran y forman conexiones, todo lo cual puede contribuir a un mayor riesgo de ansiedad o TDAH.

Otros grupos han demostrado que los cambios en la regulación hormonal debido a la desactivación de estos receptores placentarios se asocian con alteraciones en el comportamiento de los niños, como una mayor ansiedad. Ahora estamos empezando a conectar estos puntos y vemos surgir una historia más coherente en diferentes laboratorios.

¿Están funcionando también otros mecanismos?

El estrés puede afectar la regulación del sistema inmunológico. Eso también influye en el desarrollo neurológico y conductual del feto. Las proteínas inflamatorias conocidas como citoquinas parecen influir en cómo una neurona crece y forma conexiones, y también en qué neuronas sobreviven y cómo se desarrollan. El papel del sistema inmunológico en el desarrollo del cerebro apenas comienza a descubrirse.

¿Existen períodos críticos durante el desarrollo fetal en los que el cerebro es más susceptible a estas señales hormonales o inmunitarias?

Esa es una de las áreas en las que aún tenemos un camino por recorrer. Existe cierta especulación de que, si el estrés ocurre tempranamente durante el embarazo, habría posibilidad de efectos más profundos, porque se verían afectados más aspectos fundamentales del cerebro en desarrollo. Por lo tanto, es posible que se observe un mayor riesgo de esquizofrenia, por ejemplo. Cuando el evento estresante ocurre más tarde, es posible que se den efectos más sutiles, por ello aumenta el riesgo de condiciones como el TDAH o la ansiedad.

Pero esto es muy preliminar. Recién estamos empezando a tener una idea más clara de cuándo ocurre el estrés materno, ya sea un estrés crónico como la pobreza de por vida o un estrés agudo como el que viene dado por una hambruna, y los resultados de estar expuesto a él en el útero.

¿Son siempre perjudiciales los efectos del estrés materno?

Creo que tendemos a pensar que estas exposiciones son malas. En gran parte de nuestro trabajo mostramos resultados negativos: si tu madre está estresada o ansiosa, tienes un mayor riesgo de TDAH y eso es sin duda un mal resultado.

Pero hay otra forma de ver esto, y es que tu madre te está dando pistas. Está muy ansiosa de que el mundo exterior sea peligroso. En un entorno de riesgo, tener una amígdala muy reactiva, un ritmo cardíaco y una respuesta al estrés reactivos son adaptaciones que podrían ayudar a la supervivencia.

Pero luego, cuando un niño de 6 años va a la escuela, se le dice: “Realmente necesitas sentarte en tu silla y concentrarte”, a pesar de que el salón de clases sea en extremo ruidoso. Ese niño ha recibido una configuración prenatal temprana para estar súper alerta en ese entorno. Es una falta de coincidencia o desajuste entre las señales prenatales y las demandas por el entorno del niño, razón por la cual puede volverse ansioso o tener síntomas de TDAH.

Sabemos que la placenta elimina los desechos y tiene un efecto protector. También es este órgano sorprendentemente complejo el que comunica al feto cómo podría ser su entorno en el futuro.

¿Algo de esto sugiere que la madre puede ser la culpable del riesgo de TDAH de un niño?

Creo que es realmente esencial no culpar a la madre. Tenemos que ser muy conscientes de que los niveles de estrés y depresión suelen ser dos veces mayores entre las mujeres que viven en situación de pobreza. Debemos reconocer las condiciones sociales que contribuyen a los altos niveles de estrés y depresión y, francamente, la sociedad tiene que asumir la responsabilidad de esto y abordarlo mediante cambios en las políticas.

¿Debería esto afectar la forma en que cuidamos la salud de las mujeres embarazadas?

Absolutamente. El embarazo es una etapa de tremenda transición psicológica, no solo de cambios biológicos. Es un buen momento para evaluar a la mujer y a toda la familia; con ello, afirmar que, así como la salud física es importante, la salud mental también importa. Como le va a una mujer, ese es el entorno del feto.

Las pruebas de detección de rutina para la depresión y la ansiedad se están convirtiendo en parte de la práctica prenatal, y podríamos estar haciendo más de eso. Como mínimo, podríamos empezar a tomarnos en serio la idea de que tenemos más de una paciente.

A veces puede haber —y creo que es una gran preocupación—, un privilegio del bebé sobre la madre. De modo especial, en los embarazos de alto riesgo, la atención se centra mayormente en el feto y en las intervenciones que se pueden realizar, motivo por el cual se presta menos atención a la mujer, quien probablemente tenga problemas físicos, por no mencionar también la angustia emocional en estos contextos.

Algunas mujeres embarazadas quieren hacer cambios positivos en su vida, como hacer más ejercicio o recibir ayuda para sobrellevar un trauma emocional pasado, por el bien de su bebé. Otros podrían decir que su salud mental les importa como individuos, no solo porque están embarazadas. Nosotros, como médicos, deberíamos cuidar la salud mental de una mujer incluso si no está embarazada. Y también debemos darnos cuenta de que cuando la cuidamos mientras está embarazada, también estamos cuidando con celo a su futuro hijo.

Fuente: un artículo de Jyoti Madhusoodanan publicado en el portal knowablemagazine.org

 

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