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Relaciones enriquecedoras y un plan vital: fundamentales para un cerebro sano

un estudio longitudinal para conocer cómo mantener y mejorar la salud cerebral a lo largo de la vida.

Álvaro Pascual-Leone (Valencia, 1961) es catedrático de Neurología en la Universidad de Harvard (EE.UU.). Elegido en 2015 como uno de los científicos más influyentes del mundo, lidera el Barcelona Brain Health Initiative (BBHI), un estudio longitudinal para conocer cómo mantener y mejorar la salud cerebral a lo largo de la vida.

Lleva más de 30 años dedicado al estudio de la plasticidad neuronal, la propiedad intrínseca del cerebro que hace que este cambie en respuesta a las experiencias vividas, pensamientos o lesiones. En su libro El cerebro que cura, proporciona algunas claves con evidencia científica para mantener la salud física y mental.

¿Cuál es el objetivo del proyecto Barcelona Brain Health Initiative?

La hipótesis es que un cerebro sano es lo más importante para la salud general. Nuestro cerebro está continuamente activo —incluso cuando estamos durmiendo o pensando en las musarañas—, y gasta una cantidad de energía descomunalmente grande para su tamaño.

Por ello, pensamos que el cerebro está constantemente monitorizando el cuerpo, en tanto se asegura de su buen funcionamiento, para detectar pronto posibles anomalías y actuar sobre ellas. Además, entre un 60% y un 80% del riesgo de sufrir problemas de salud cerebral —demencia, alteraciones cognitivas, depresión y enfermedades neurológicas y psiquiátricas— tiene que ver con aspectos modificables del estilo de vida.

La segunda hipótesis es que podemos identificar qué factores de comportamiento y actitud vital son los que caracterizan que una persona mantenga una buena salud cerebral a lo largo de su vida, y otra no.

¿Tienen alguna conclusión ya?

Sabemos que un cerebro sano ayuda a mantener el cuerpo sano. Y que son importantes los que llamamos pilares de la salud cerebral: actividad física y cognitiva, retos mentales para el cerebro, buena nutrición y buen descanso. Pero hemos visto que lo más importante es tener relaciones sociales enriquecedoras y un propósito vital definido.

Ese propósito vital, ¿qué características debe tener?

Con frecuencia se malentiende. Pensamos que tiene que ser algo enorme: ser presidente de una gran empresa, ganar muchísimo dinero… No. Son cosas tan sencillas como la razón por la cual te levantas por la mañana. Tiene que ser algo muy motivante y que te trascienda a ti, que no sea egoísta. Sabemos que nuestro cerebro, si haces eso, cambia.

Decía Ramón y Cajal que “todo ser humano puede ser escultor de su propio cerebro”. ¿Existe un momento vital en el que tengamos un nivel óptimo de plasticidad?

La frase de Cajal es muy poderosa, y es cierta. Pero es importante darse cuenta de que todos somos distintos y que lo que funciona para esculpir tu cerebro como bloque de granito es distinto de lo que funciona para esculpir el mío como trozo de roble. Esas diferencias biológicas son relevantes. A partir de ahí hay mucho que puede y va cambiando, se quiera o no. Yo iría más allá que Cajal: tenemos la responsabilidad ética de ser escultores de nuestro cerebro. Esto es importante porque el resultado de la plasticidad no es necesariamente bueno o malo, sino que su impacto depende de lo que la persona quiera hacer con ello.

¿Cuál es su receta para mantener la plasticidad cerebral a lo largo de la vida?

Cuando nos hacemos mayores cristalizamos cada vez más las conexiones, se cristaliza la inteligencia. Sabes más cosas aprendidas, pero tienes el riesgo de perder la sorpresa de lo desconocido. Ese misterio de lo inefable es lo que caracteriza el cerebro del niño. La mejor receta para mantener el cerebro flexible y vivo es mantener la conciencia de la sorpresa. Poner retos para que tu cerebro siga aprendiendo a aprender.

Usted es un experto mundial en estimulación cerebral no invasiva. ¿En qué consiste y a qué patologías la están aplicando ahora?

Hay distintas formas de estimulación no invasiva [modulación de las conexiones neuronales sin necesidad de cirugía]. Existe la estimulación magnética transcraneal y la estimulación por corriente [eléctrica]. Yo estuve implicado en el desarrollo de los primeros dispositivos con aplicación terapéutica, que ahora están aprobados para el tratamiento de la depresión y el trastorno obsesivo-compulsivo. Seguimos trabajando en eso, pero nos hemos enfocado más en las técnicas por corriente aplicada.

Hemos visto que estas técnicas permiten modificar la actividad no en un punto concreto del cerebro, sino en una red de conexiones. Además, hemos desarrollado programas de entrenamiento para optimizar la forma de estimulación y enseñar a la gente a usarlo en casa.

Algunos de estos dispositivos ya están disponibles comercialmente. ¿Cuál es su opinión sobre la generalización de estas tecnologías?

Si algo tiene la posibilidad de mejorar la función cerebral, también tiene el riesgo de empeorarla. Lo que intentamos destacar es que las técnicas de neuromodulación tienen una capacidad real de modificar el cerebro. Eso puede traducirse en un beneficio enorme, pero tiene el riesgo de inducir cambios de los que en diez años podamos arrepentirnos.

Es importante ser conscientes de ese riesgo-beneficio y poner de manifiesto la necesidad real de una neuroética distinta, que no limite el acceso, pero sí que lleve a tomar una decisión realmente informada.

Fuente: una entrevista realizada por Lucía Sanz Vilar, alumna del Máster en Neurociencia de la UAM, y publicada en el portal abcblogs.abc.es

 

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